No hay nada
como ver a una persona en un lugar cómodo, eso sí, sin que constate que la
oteamos. Podemos contemplarla, sin duda, como es, al igual que en las
situaciones de tensión, de enfrentamiento, de hostilidad, en la que tampoco es
capaz de esconder lo que lleva dentro.
Me quedo desde
esta interpretación, no obstante, con la situación amable. La diviso en una
foto antigua: un torero en un bar sorprendido mirando a su familia en un
pequeño papel de la época. No sabemos la distancia de aquel contexto. No
conocemos el lugar. Ni siquiera voy a mencionar el nombre del diestro, que sí
adivino pese a los años.
Son muchos los
matices que desentrañamos. El maestro contempla con dulzura a sus seres
queridos. Esboza una sonrisa con respeto, con cariño, con incertidumbre, con un
poco de dolor por el tiempo y el espacio que le separan de esas personas a las
que, según sus ojos, echa de menos.
El ser humano
es fuerte y débil casi de manera paralela. No siempre lo sospechamos, pero es
de esta guisa. Me recuerda esta estampa a la de cualquier padre que tiene que
ganarse el jornal lejos de casa, y que lleva encima, cual gladiador, las
figuras de sus allegados, de quienes le dan las suficientes energías para
seguir adelante incluso cuando todo se vuelve un poco curvo.
Miro las
manos, la faz, los destellos de esa especie de aureola que envuelve la
instantánea, que fue tomada hace muchos años, pero que parece de ayer mismo. El
amor no sabe de eras, cuando es genuino, y éste lo es.
Me emociona
pensar en lo que fue, en lo que es, en lo que vendría esa tarde, o al día
siguiente, en la lucha que le aguardaba. Quiero pensar que todo fue bien. Lo
fue. El amor es una suerte de hechizo, y con él me quedo, como cuando palpo a
ese mismo hombre en la plaza de toros. Hablo de otra foto.
Le oteo, en
esta coyuntura, caminando sin miedo porque va al encuentro de sí mismo. Aunque
en esta diversa estampa parece solo, yo le percibo como en la anterior, con sus
seres queridos rodeándole, protegiéndole, diciéndole que le esperan en casa, y
que, por lo tanto, todo debe ir perfecto. Lo fue, porque él sabía, como yo, que
creer es poder.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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