Debí
decirlo hace tiempo. No es que no haya encontrado hueco. Es que me ha faltado
firmeza. En el mundo de prisas y de entendimientos relativos no siempre damos
con las palabras adecuadas en el momento y lugar más convenientes. Eso también.
No sé si
será el caso, pero lo cierto es que me quiero encontrar contigo y subrayarte,
ahora que nadie nos ve ni nos oye, que eres santo de mi devoción. Nos hemos
rozado en muchos sitios, pero no hemos sido capaces de reconocernos con la
actitud dinámica que nos debería caracterizar.
Hay, o ha
habido, en mí un poco de postura recatada, poco valiente, presta a devociones
inmediatas, pero no a conservar lo que nos merece la pena en el medio y largo
plazo. Hemos de dar las gracias, creo, de todo corazón, cuando damos con las personas
que nos enriquecen. Es.
Me he
convencido ya del coraje que debo imprimir ante situaciones o personas que nos
añaden. Gritaba públicamente uno de los personajes de Bailando con Lobos, ya muy al final (nunca es tarde si la dicha es
buena), que era amigo de aquel perseguido por el destino. Bien podría ser lo
que reseño.
A veces
el punto de partida, o el recorrido, o el paraje de llegada no son los que
obedecen a la moda o la sintonía del momento. Asumiendo que los cambios son
necesarios y que hemos de salir de las prisiones de algunas estructuras, hemos
de tener gallardía suficiente para palpar los índices y los valores genuinos
donde se hallan. Hace tiempo
que debí decir que aquí, en ti, en el albero
que nos une, también los advierto. Cantaba Rafael
aquello de “¿qué sabe nadie?”
Juan TOMÁS
FRUTOS.
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