Pisemos con fortaleza el
nuevo día, para que nada interesante se quede en el vacío, para que no se
pierda en la nebulosa de un destino que nos pertenece. Hagamos también que la
delicadeza sea uno de los sentimientos que nos invite a participar en un encuentro
lleno de expectativas.
Rocemos el amor. Cualquier estímulo es bueno para entender, así como para
atender las paciencias con las que crecemos en una etapa y otra.
No impongamos ni criterios ni ideas, que nos
han de permitir resistir con experiencias que hemos de cargar con energía de
Humanidad.
Lo bueno de que las cuestiones que consideramos
fundamentales no salgan es que nos apuntan por dónde han de ir ciertas medidas,
y, en todo caso, el discurso del camino de la ilusión. Seamos francos con
nosotros mismos. No nos engañemos ni con circunstancias ni con personas.
No forcemos ni afectos ni resultados. Aunque no
siempre nos complazcan ciertas metas y sus respectivos itinerarios, el mundo es
como es. Procuremos siempre realizar cuanto podamos desde la mutación que
fermenta y mejora de propio.
La belleza está por doquier. Cada día aparece
flamante, aunque no siempre la califiquemos. Nuestro primer deber es buscarla,
explorarla, compartirla y fomentarla. La hallaremos en eventos, en palabras, en
silencios, en procesos de toda índole, unas veces pequeña y en otras
oportunidades a grandes dosis.
En todo caso, la cuota la ponemos nosotros.
Pensemos, más que en recibir, en lo que podemos desarrollar por la nueva
jornada, en ella; y avancemos, en consecuencia, sin más previsión que ser
felices. Seamos coherentes y cohesionados.
Pasa
Tengamos presente a la hora de actuar que todo es
efímero. Hay instantes, como dijo uno de mis maestros, en los que toda la vida pasa
por delante de ti. Oteas con unos ojos tan claros como la existencia. Te
preguntas: ¿Podría ser? Sabes la respuesta, pero te dices que sí, y mañana Dios
dirá. ¿Qué es del futuro sin lo incierto?
Juan TOMÁS FRUTOS.