Los milagros, los concibas como los concibas, siempre
vienen por amor. La vida es un milagro, como también lo ha sido este verano, y
lo será este otoño. Todo va rápido, como si jamás se hubiera ido del todo, que
seguramente así es y será. Por eso albergamos un punto inexplicable a cuanto
sucede. Toca decir, pese a todo, un hola como si el tránsito hubiera sido real,
que lo habrá sido. Y con una dosis, insistamos, de cariño.
La existencia es un ciclo. Lo hemos dicho cientos de
veces, y las que quedan. La prontitud, las prisas, el no terminar e iniciar de
nuevo, el no parar… nos llevan por sendas que no registran como antes el paso
de los períodos de tiempo. Todo sucede como a medias, fundiéndose como las
imágenes en las películas.
En esta tesitura, pues, viene el día, la
semana, el mes, con sus mejores deseos. Por favor, no olvidemos activarlos. De
no hacerlo corremos el peligro de no poner paréntesis, puntos y comas, cambios
de párrafos a las travesías y las mudanzas del destino. Amagar, incluso detenernos,
analizar el rumbo, rectificar (cuando convenga) y seguir han de constituirse en
divisas de esperanza.
Y todo, con amor, que nos sobrepone a las circunstancias,
que nos intentan devorar con sus ansias de silencios, que vienen y van con
brumas y partes de ganancias relativas.
En todo caso, lo que importa de verdad es la alegría que cada jornada lleva con premisas de frutos de libertad. El amor nos
pone en una briega que todo lo dispensa en materia de ilusión, de grandeza, de
ser, de vivir, de estar sin esperas. El amor, si lo es, lo da todo, y con él
podemos.
Y si es factible… también acompañemos el día con
la magia (el verano también la tuvo), que siempre es perfecta. Lo es porque es
misterio y fe. Si alimentamos sanamente la una y la otra iremos por un buen
camino. Puede que no sea el mejor, pero malo no será. Habrá divertimento,
actividad, interacción y aprendizaje. Son ingredientes superlativos.
Nace una nueva etapa, y con ella renovamos nuestros votos
por estar bien. Supone esfuerzo. No olvidemos que no hablamos de la perfección,
que, a menudo, es enemiga de lo bueno.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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