Es una
buena actitud, como resaltamos a menudo, el ser positivos e ilusionantes. Como
postura principal, hemos de salir de ese estado frustrante que a veces nos
puede. Es genial que acontezca de esta guisa. Debemos estar limpios de corazón
y ver la bondad y el amor al que tenemos derecho. La felicidad es un compromiso
vital.
Reflexionemos.
Somos capaces de seguir. Tenemos mucha fuerza. Podemos comprobar como negamos a
menudo lo que pesa y, en paralelo, adelantamos el paso para conseguir el
futuro. Resulta y es provechoso. Es el itinerario adecuado, menesteroso, que
nos propicia la paz interior. El rumbo es importante.
Hace
tiempo que sabemos que la unidad nos otorga ímpetu para llegar donde somos
cuanto queremos y con una pose de dicha infinita. Estemos alegres. Ése es el
punto.
Humanicemos
todo lo que toquemos. Esa mirada ha de componer nuestro ADN. No consintamos que
los viles se apoderen de la bondad y de los hechos con sentido. La libertad se
ha de demostrar también. De no hacerlo no existirá.
Quitemos
hierro a lo que nos venden con una voluntad material, a menudo sin escrúpulos. No
tomemos lo insano. Más bien recordemos que lo que viene del espíritu sí tiene
afán de permanencia y que lo que más vale no siempre alberga un precio más
alto. Respetemos cuanto se nos presenta y apartemos la soledad, que no suele
aportar nada bueno.
Además,
cuando las cosas no vayan bien, hablemos sobre ello. Es un primer paso que
traerá más estadios gratificantes. Empecemos ya, por favor.
Juan TOMÁS
FRUTOS.
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