Todos estamos de acuerdo, sin fisuras, sin darle más vueltas, en que la salud es un concepto tan necesario como amplio. La salud física es la que primero advertimos, sobre todo cuando no la tenemos, pero es, sin lugar a dudas, la salud mental, la espiritual, la que atañe al corazón y a la mente, la que más impregna nuestro ser y hace posible la felicidad, sin la cual nada parece tener sentido. Pruebas evidentes de esto que digo las percibimos todos los días.
Es un hecho que sin la dicha que ha de llevar aparejada toda vida humana, lo demás anda cojo. No hay existencia plena, si no somos felices. En la película “El Protegido”, el héroe dice en un momento determinado de la misma que él se levantaba todos los días “triste”, y que se hallaba en esa situación porque no hacía lo que debía. Por eso es preciso que tratemos de analizar lo que hacemos cada jornada y que intentemos interiorizar lo bueno y lo malo que efectuamos, destacando ese vacío que generan las omisiones diarias (a menudo son muchas, un número excesivo).
No hay salud espiritual, si no fomentamos el deseo, el anhelo interior, las pasiones, la gracia y la simpatía de lo que llevamos a cabo y hacia aquellos que pueden beneficiarse de cuanto realizamos. La salud es algo más que un concepto material o físico. La salud es alegría, es pasión, es solidaridad, es entrega… Los beneficios de todo ello, de esa gestación de sentidos y sentimientos, son enormes. Los contemplamos cuando, desde una visión positiva, nos aceptamos como somos y en lo que desarrollamos. En todo esto, la comunicación es básica, la exterior claro, y, fundamentalmente, la interior, esto es, con nosotros mismos. Busquemos un poco más. El flujo informativo de anhelos buenos siempre tiene interesantes resultados.
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