sábado, 31 de octubre de 2009

Consideraciones sobre la pérdida del trabajo

El choque ha sido brutal, un auténtico mazazo. Además, nos hace perder credibilidad día tras día. Nadie pensó que iba a ser tan fuerte y tan duro. Había previsiones y estadísticas, pero con ellas no se aprende. Algunos de mis amigos no entienden lo que está pasando. Yo tampoco lo comprendo. Llevan varios meses, uno de ellos, más de un año, en el maldito paro, en el desempleo total, en el hastío de la cordura, en el ocio permanente y que trunca esperanzas, en el amasijo de desesperanza que ha construido un mundo que dijo sostenerse sobre la productividad como base de continuidad y de futuro, y luego resulta que no ha sido, que no es, así.

Algo ha fallado, o todo ha fracasado. El universo de intenciones se ha quedado en un volver a empezar, que es regresar a la nada, pues el punto de partida, desde el conocimiento de lo que está aconteciendo, se colma de descontento, de infelicidad, de falta de respeto a quienes han dado los mejores años de su vida para formarse, para aprender, para compartir… De momento, la nada se ciñe sobre sus cabezas, y sobre sus espíritus.

Y ahora se presenta el maldito paro, ese desempleo que reparte manos caídas y voces silentes que no alcanzan donde deberían ser oídas, y, si llegan, si son percibidas, no son tenidas en cuenta, que es lo peor. Dijimos que el trabajar era lo más importante para el sistema, que la calidad era el frontispicio de la actividad diaria, que el modelo de transformación en esta modernidad nuestra nos abocaría, nos abocaba, al éxito absoluto: estábamos ante la panacea del crecimiento. Para algunos queridos amigos y amigas no ha sido de esta guisa.

Tanto trabajo nos condujo a su mera ausencia. Ahora nos queda esperar, confiar en los otros, pero todo parece indicar que la fe ha caído, y no hablo de una cuestión religiosa, sino de la fe en lo que pueda venir de bueno, en lo que pueda acompañarnos, en lo que nos pueda procurar la dicha de ser y de estar… Cunde la desesperanza, y, como en las “Dos Torres” hemos de decir que la esperanza es lo último que se pierde, pues siempre hay un resquicio de ella. Sin embargo, estas palabras no tienen sentido hoy para mis estimados y estimadas personas de bien.

Por desgracia, cuando miro a mis amigos, veo pocos destellos en sus ojos, no advierto la valentía de antaño. ¡Recuerdo tanto coraje en sus retinas! Ya no experimentan el valor añadido en sus vidas que tenían cuando les conocí. Ahora no laboran, y nadie mide ni reconoce su esfuerzo, y eso duele, como me duele a mí cuando contemplo su cansancio, su carencia de espíritu en el porvenir, que no viene cargado de sonrisas y de buenos momentos. Los hubo. Se suceden, en esta etapa de sus existencias, unos conformismos grises que aguardan que otros hagan lo que a ellos no se les permite. Contemplan el horizonte en pos de milagros de diverso calado.

Les dijeron que eran fundamentales para la sociedad, les vanagloriaron con pensamientos floridos acerca de sus fines y propósitos, les recalcaron el bien que hacían, pero les mintieron. Ahora están desempleados y, aunque les citan a menudo, lo real es que el sistema no les echa de menos, pues es un modelo nada modélico que quiere alimentar su locura de seguir ganando dinero. No sabemos para qué tanto crecimiento desproporcionado.

Yo hoy sí les digo que les echo de menos, y, como yo, tanto amigos y conocidos. Seguiremos trabajando para que volváis a laborar codo con codo, a nuestro lado, y nosotros al vuestro. Únicamente así seguiremos aprendiendo: sólo de esta manera volveremos a ser personas. No olvidemos que el supuesto fracaso de ellos y de ellas es el auténtico fracaso de todos en general. Esa impotencia nos pasará, antes o después, una amarga factura. Repito que no entiendo nada, que no comprendemos nada de lo que acontece, y que lo que deseamos es empezar a disfrutar de un cambio para mejor, de una vuelta a la normalidad.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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