En la misma diferencia hay algo de virtud, pues, con ella, conocemos y reconocemos el entorno y a nosotros mismos. El menú existencial debe estar compuesto por múltiples elementos e influencias. Con esa variedad hay más bienestar en sentido extenso. La vida tiene muchos puntos de inflexión, muchas importancias, toda una diversidad de motivos, de criterios, de afanes, de ansias, de posibilidades, de opciones, de aprendizajes, etc. Ahí yace su virtualidad, su base, el sustento para seguir adelante con ilusiones y fantasías de mejoras, de cambios, de seguridades. Somos capaces de tantas cosas que hemos de estar con el corazón y la mente en una pura expansión. Lo ideal es que estemos abiertos a nuevos caminos, a itinerarios de gran o pequeña capacidad, en todo caso necesarios para ver desde ópticas diferentes, lo cual contribuye a mantener habilidades de respuesta. El universo debe estar en movimiento y hemos de ser capaces de dar con las claves para poder interpretarlo.
Porque somos distintos, nos manifestamos de manera diferente. No podemos ser iguales, y, probablemente, no debemos. Sería aburrido, y, además, nos quedaríamos anclados en las mismas realidades, si no hubiera, de una u otra guisa, una capacidad de realizar actividades diversas en tiempos y lugares. Los cimientos han de permitir que lleguemos, aunque no siempre vayamos en hora.
La comunicación, como hemos dicho en varias oportunidades, en un todo que ha de portarnos a una sensación globalizadora de múltiples variables. En la diversidad, nos decían, está el gusto, y seguramente es así. No hay aburrimiento cuando las cosas son distintas a las conocidas, cuando cambian, cuando mudan los aspectos externos e internos… La existencia humana es un continuo aprendizaje desde que amanece hasta el atardecer, y, durante determinadas horas, hemos de ser capaces de optimizar los valores que hemos ido conociendo.
No hay dos personas iguales, por fortuna. Cada cual tiene su bagaje, su formación, sus habilidades, sus contemplaciones con recursos de diferente calado… Es bueno que ocurra así. Gracias a los distingos podemos seguir aprendiendo con el transcurrir de los años, que están repletos de caricias y opciones, si tenemos talento para descubrirlas. Vivamos el presente con voluntades estimables.
Cada ser humano canaliza la información a través de un proceso comunicativo que, en esencia, es idéntico, pero que tiene caracteres determinantes y cambiantes. El margen de calado en cada uno es pequeño, pero existe. Si sumamos los grados peculiares de los flujos comunicativos en cuanto a los protagonistas a ambos lados del canal, en lo que se refiere a los mismos conductos utilizados para los mensajes, sin olvidar los contextos, las interpretaciones, los gestos, las distancias, los elementos previos, los condicionantes de los análisis en función de los datos disponibles, etc., seguramente no daremos con dos comunicaciones iguales, aunque se trate de las mismas personas y de los mismos tipos de mensajes empleados.
Hay una cota de voluntad, de idealismo, de creatividad, de sueños, de valoración, que varía más o menos y, por mínima que sea esa mudanza, hace que el todo cambie, a menudo sustancialmente. Ésa es la gracia misma de la Comunicación, que no siempre es esperable. A menudo, hay un porcentaje de diferencia y de cambio que nos llama poderosamente la atención con un renovado factor sorpresa. Podríamos decir que esta circunstancia, la mutación, es digna de agradecer. Resumimos: en la comunicación hay diversidad, debe haberla. La variedad es igual a más y mejor en todos los campos y esferas. Para aprender debemos contemplar algo más que rutina. Hay un valor en saber del otro, en tenerlo en cuenta como es, en que aprendamos de sus visiones, en que veamos que no estamos solos y que es mejor que no lo estemos.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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