Todo es una cuestión de actitud, y de mirada, y de ponderación, claro. La variedad alberga más esencia de lo que podemos pensar a primera vista. En la diversidad se encuentra el gusto, y puede que también el deseo, y, en todo caso, los buenos resultados. La comunicación necesita escenarios, momentos, deseos, posibilidades, querencias y estimaciones que nos lleven a ese punto intermedio donde podamos entendernos todos con la mejor de las consideraciones. Para ver las luces precisamos de algunas tonalidades, de perspectivas, de análisis, de comprensiones desde distintos lados y con posturas diferentes. Para ser ecuánimes hemos de advertir intenciones, preferencias, opciones, todo lo que puede tener un cierto sentido dentro de la “macro-comunicación”.
La prontitud comunicación ha de ser admirada siempre como un complejo múltiple con muchos vectores de influencia, con muchos elementos que hemos de tener en cuenta. Las superficies planas, que facilitan en todo momento las cosas, han de ser divisadas con el afán de dar con picos de interés, con objetivos complementariamente diversos, con quehaceres dirigidos a dar con respuestas más o menos sólidas, flexibles en definitiva, aunque luego generen nuevas preguntas. Estemos atentos a realidades distinguibles con visiones dispares, que siempre nos dan alternativas a lo objetivamente conocido.
Viajemos con el deseo de conseguir pequeñas victorias, que son las mejores, que son las que invitan a seguir cada día con más empeño, con más fuerza, con la felicidad suficiente para ser y estar en las condiciones más oportunas e idóneas. En el término intermedio está la virtud, y, probablemente, en el contraste también lo esté. Es necesario que sepamos, que tengamos en cuenta, las opiniones de los otros, de los demás.
Los caminos unívocos no nos enseñan. Tenemos que mirar otros, advertir las distintas vías por las que podemos transitar. No olvidemos que, como dijo Aristóteles, tenemos derecho incluso a equivocarnos. Si anduviéramos con el vértigo o el pavor a no hacer las cosas bien, nunca haríamos nada. Lo que debemos defender es la buena intención, la buena fe, la confianza y el anhelo de realizar todas las actividades y/o consultas de manera conveniente.
Si en el afán de dar más opciones o de introducirnos en un universo de ciertas mudanzas erramos, lo que hemos de hacer (y no pasa nada por ello) es que debemos rectificar en tiempo y forma. Ésa es la dinámica del quehacer humano. Nadie puede decir que una persona no se equivoca, o que no puede hablar o entender o realizar algo mal. Quizá no lo hacen, esto es, no llegan a errar, aquellos que no realizan nada, pero ésa no es la pretensión, o no debe serlo.
Busquemos, por lo tanto, los planteamientos de todos y cada uno de los que forman o formamos sociedad. En todas partes, en la complementación de éstas, en las diversas ópticas o visiones hallamos las huellas de toda esa conformación de la realidad a la que hemos de aspirar. Todos tenemos algo que decir, y lo lógico es que lo digamos, y que se nos atienda, y que se considere lo que hemos de definir para llevarlo a término. Templanza, moderación, equilibrio, buenas formas, anhelos de rectificar cuando sea el caso, afanes de escuchar y de solidarizarnos con los demás… Todas estas actitudes, desde la controversia y el contraste, producen un bien para todos y cada uno, y eso siempre es un acierto. Pensar en el futuro, pensar en comunicación, meditar sobre el compartir opiniones y sentimientos da intensidad a la vida, y, probablemente, también razones. La diversidad, las divergencias y las posturas que interpretan variados ángulos son la esencia misma de la existencia, que, seguramente, crece gracias a ellas.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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