Es una suerte el poder comunicar, una suerte que hay que procurar cada jornada en el intento sólido de seguir con garantías basadas en alianzas. La radiografía bien puede ser la que señalamos en este escrito. Permanecemos en defensa de las virtudes de la comunicación. Nos sentimos plenos con ella. Amanece con sencillos y esenciales rayos de Sol que nos salvan el nuevo día. No es poco. Sin la rutina no habría vida. Hemos de ascender por las mismas costumbres para poder llegar a la cima que representa cada jornada, que, para que no se colme de hastío, hemos de llenar de paciencias, de cambios, de largas listas de caricias con descansos incluidos. No nos alcemos por vericuetos que nos detengan en un momento dado por falta de camino o por demasiada pendiente. La estrategia ha de llevarnos al sí convergente.
Hagamos reiteradas reflexiones. Acarreamos, a menudo, pesadas cargas que hemos de dejar en alguna parte lo antes posible. Debemos llamar al buen deseo, que nos ha de proteger de las insensateces que nos meten en un mundo de soledades oscuras, largas. Salgamos al campo abierto donde escucharemos sonidos de gran amistad. Cabalguemos por llanuras que no nos cansen tanto. Nos debemos una jovialidad razonable. Sin ella, no seremos, no estaremos, no podremos. No nos expongamos a esos instantes que nos pueden romper la estructura que precisamos.
Cabalguemos hasta la cumbre que nos invitará a contemplar las circunstancias de otro modo. El alba nos trae directrices que hemos de aprender y cumplir. La vida tiene muchas direcciones que debemos comprender en los albores de cada etapa. Nos identificamos con el tiempo que no llama a ninguna puerta. Nos preparamos para abrirla con sorpresa y buenos fines, que nos determinarán para hacer de los besos aves de gloria. No retornaremos a la infancia que fue base y sustento para caracterizar lo que pretendemos.
Somos amigos. Nos planteamos algunas protecciones con las que conseguir que las eras no sean consecuencia de secretos que no podemos escrutar. Gustamos de acuerdos para tomar las palabras coloreadas, vibrantes también. Las velas iluminan los tránsitos que nos descubrirán con versiones queridas. Nos vendremos con el afán de añorar y de dar con las claves más jugosas. Iremos cualquier día a nuestra Luna particular para obtener flamantes pretensiones con las alas hacia el infinito. No pensaremos en las cifras de antaño ni en porcentajes que nos impulsen a una alegría nominada por personas a las que no interesamos. Debemos elegir bien.
El tiempo y la comunicación se convierten en aliados hacia esa esperanza que nos compensará con turnos de preferencias novísimas. Hemos encallado. Las consultas serán contestadas con una cautela que favorecerá las realidades. Dividiremos los sentimientos para multiplicarlos. La belleza proviene de ti. Lo sé: me lo has demostrado. Te has convertido en esa guía a la que seguiré hasta el final de una etapa que procuraré que sea sempiterna. Las esencias sencillas que precisamos seguirán ahí. Intentaremos no olvidarlo. El aprendizaje no tiene tiempo, no debe, o no lo sería.
Es el día. Después de todo lo que ha ocurrido ha llegado el momento de despertar. Nos daremos más ocurrencias. Es cuestión de comunicar sin marcarnos plazos cerrados. El tiempo es un intangible que hemos de aprovechar a favor y nunca en contra. En la medida de lo posible, claro. Mantengamos las constantes vitales para precisar los límites que hemos de superar para expandir el buen humor. Aquí, sin tiempo. Ilustraremos con modelos en positivo las esencias de una comunicación que es, o ha de ser, emocionante, sustantiva y cimiento existencial. Hay muchos aliados de la comunicación. Nos hemos de alimentar de ellos sin extinguirlos, procurando netos beneficios.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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