Somos en la dualidad, gracias a ella, es decir, participamos de lo físico, de la materia, y también del espíritu, de la sensibilidad. Comencemos cada día de la mejor manera que podamos. Una de ella es comunicando felicidad, dando lo mejor de nosotros mismos. Hay quien confunde la altura física con la intelectual, o incluso quien no las distingue, o quien no es capaz de ver los matices y las buenas propiedades que una y otra tiene. En teoría se complementan, no se pisan, no son incompatibles: no podemos decir que una se superponga a otra. Gracias a las dos damos con grandes ventajas, que debemos intentar que no sean excluyentes. En todo caso, sí ha de imperar una primera apreciación, y es que lo importante no es sólo lo que se ve, sino lo que experimentamos, lo que somos por dentro. La vida podría ser definida como sentimientos, hasta tal punto de que son sentimientos lo que quedan tras las grandes obras.
Por eso, para dar con el interior, hemos de comunicar con reflejos y buenas intenciones en el propósito de conseguir que la paz reine por los lugares por donde camina el corazón, que es la auténtica gema que hemos de conservar a toda costa. Con escrúpulos, con empatías, con entendimientos, con los talismanes que provienen de la espiritualidad y de la humanidad, todo es sorteable y mejorable.
Las raíces de la vida humana no se hunden en lo material, aunque lo parezca, sino en el tránsito hacia la mejor de las voluntades. El conocimiento nos reconoce y nos hace mejores personas. No fracasemos, y, si lo hacemos, nuestro deber es volverlo a intentar. Somos capaces de más cosas de las que pensamos. Además, no olvidemos que, si no fuera por determinados obstáculos, nunca podríamos demostrarnos hasta dónde podemos llegar. El legado humano no es siempre tangible. Quizá es bueno que no lo sea, para que no sea contaminado de malas vibraciones.
Valoremos, pues, los esfuerzos, los intentos, y no tanto las garantías. Nunca las hay. Hemos de procurar acercarnos a los momentos de un ímpetu lo suficientemente increíble como para enfrentarnos a controversias y carencias en los estados de ánimo y en las fortalezas. Seamos sensatos.
Rastreemos en la experiencia para ubicarnos en las señales más idóneas, entre ésas de las que aprendemos con serenidad y buenas intenciones, que han de ser suficientes para entusiasmarnos cada día con lo que tenemos, sea mucho o poco, que siempre es más de lo que posee la inmensa mayoría. Pongamos las cosas en su sitio e intentemos ver en lo relativo lo que ha de ser sustento en la mirada para auspiciarnos con gratitud de cara a resultados halagüeños, serenos, clarificadores.
Deseemos el bien cada vez que podamos, y manifestemos lo positivo como instrumento de auténtico entendimiento. Hemos de posibilitar los compromisos con insistentes dichas, que hemos de expandir por el cuerpo y por el alma. Tengamos presente también que empezar el día desayunando felicidad ayuda: nos da la altura contemplativa y comunicativa de la que hablamos. Sí. Pensemos que el día se verá de esta guisa, esto es, como un enorme regalo que hemos de cultivar para que fermente como la levadura. Los espíritus vuelan, la materia nos ancla al terreno de las cosas, y, juntos, somos más completos, nos hallamos en camino hacia le plenitud.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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