Hemos de dejarnos conducir por las circunstancias incluso para aprender de ellas, y, al tiempo, hemos de tomar decisiones propias en torno a los hechos cotidianos. Las partes hacen el todo. Por otro lado, no es una cuestión únicamente de porcentajes, sino de plenitud. Nos debemos proponer acuerdos que nos hagan asimilar las carencias con entusiasmos que nos han conmovido hasta ahora sin manifestarse en plenitud. Lo conseguirán. Hagamos caso a esos corazones que nos rodean con intereses variopintos que hemos de hacer confluir en ese espectro de corazones singulares donde sellaremos las apuestas que surgieron de cualquier modo. Hemos sentido que los amigos llegan y que lo hacen singularmente.
Defendamos las grandes apuestas de la vida, y seamos en la sensación más maravillosa, haciendo caso a todo cuanto ocurre por un universo de posiciones queridas, donde seremos sin afectación, o deberemos serlo. Postulemos arreglos con los que cabalgar ante las circunstancias que, también hasta ahora, nos han envuelto con sus normas y en sus respectivas jurisdicciones. No hemos visto lo que a otros tanto ha gustado. Las complacencias nos han adentrado en un nuevo recorrido de espacios consentidos y derivados.
Hemos vivido con caudillos que nos arrojan a los brazos de un destino que se prodiga en resoluciones de secuencias novedosas que acuden con sus aciertos más infinitos. Iremos a aprender a esos habitáculos que se mostraron herméticos, opacos, en otra esfera. Ganaremos entre certezas que adivinarán los enigmas que planteamos en su día, cuando la soledad era la virtud con la que recorríamos las historias menos consentidas. Hemos adherido instantes apasionados a las virtudes de templanza y de moderación. Las causas siguen aguardando en alguna esquina, la cual nos abandona a anhelos simpáticos.
Perseguimos la paz a través de la justicia y nos planteamos qué es lo que podemos hacer entre comunes historias que nos acercarán a los momentos más placenteros. Hemos generado las mejores actitudes en recorridos sin escarmiento. Las experiencias deberían ser un grado y algo más, pero parece que no. Los inventos de las gracias de antaño nos ofertan respuestas de curiosa intensidad que nos subrayan que las cosas son en la medida que queremos que sean. Hemos amoldado las apariencias a los reflejos y resultados que nos insertan con valor y todo, con todo su valor.
Predecimos el futuro, aunque no tenga el aliciente de los actos e iniciativas de antes, y somos en la entereza que nos maravilla con sus gustos sorprendentes. Juntamos todo con más sabias actitudes que nos recogen con cosechas que aparecen en la primavera de unas vidas encerradas en ciclos que no terminamos de ver. Hemos dejado que todo se vaya, y todo se pierde mientras los vientos huracanados deciden que la vida es tan efímera como desea la Madre Naturaleza, que bebe de esos vasos comunicantes que nos indican los efectos de unas enseñanzas y afanes en los que todos tenemos que ver y algo que referenciar.
Frente a los equívocos y los errores, únicamente cabe la preferente posición de intercambiar, de superar lo mecánico, de actuar objetivamente con participaciones subjetivas. Contemplemos la comunicación con aspectos maternales, paternales también, con fraternas ayudas, con afectividad racional igualmente, y seguro que la entenderemos mejor. El proceso comunicativo ha de tener, pues, consentimiento y sentido para que se muestre como tal. Ya saben: el todo, sin que falten partes.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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