La belleza y la hermosura son ejes cotidianos que han de interpretarse como aspiración, como anhelo, como afán. En la comunicación, claro está, también. Pongamos perspectiva y ángulo a cada cosa que nos sucede, que nos llega. Nos ayudará a hacer un buen análisis. La vida se compone de señales que hemos de interpretar en abierto: han de estar prestas a que las cosas se consideren de la mejor manera que podamos. Asumamos las historias y los eventos en los que nos vemos involucrados con números y certezas que nos han de incluir en las esferas más increíbles. Hagamos caso a las posturas con las que crecemos, con las que nos insertamos en un aspecto sideral, universal, llevado a todas las posibilidades que podamos disfrutar. Debemos cogernos de la mano para ser en cada jornada.
Nos tratamos en ese ámbito en el que nos sentimos iguales. Es bueno que así sea. Nos ayudamos para acercarnos a las caricias más inciertas, que nos ponen donde todo es. Hemos acertado con las directrices que nos provocan esa brecha que nos previene con sus circunstancias más variopintas. Laboramos todo cuanto podemos, y nos acercamos a las impaciencias que nos acechan con sus situaciones más variopintas. Nos hacemos caso. Indicamos un poco el camino, y somos en él. Debemos procurar el entendimiento cada día.
Las cicatrices de los años mozos nos han de devolver a las intenciones de los fines más queridos, que son, que han de ser en la voluntad más comprometida para tocar en la noche de los primeros tiempos. Nos pondremos a hablar de lo que nos enriquece, de lo que nos insufla una previsión más estimable con sus respuestas dadas a cada segundo. Nos tenemos que ayudar con el anhelo que se plantea como atalaya dispuesta en el frontispicio de nuestros deberes, que han de desgranar preguntas y respuestas.
Repongamos la fe en las montañas, en sus movimientos, en los discernimientos de las creencias más universales, que han de ser grandes, especiales, únicas. Disipemos las actitudes rancias con sus bravas conclusiones respecto del bien que es antesala de la concurrencia más formidable. Veamos las preferencias con sus dones más estupendos, y hagamos caso al corazón con la equidad que nos dará la mente, hoy en su sitio, el que conseguiremos en comunidad. Las enseñanzas prosiguen.
Seamos puntuales en esas apreciaciones que nos darán unas extraordinarias apariencias con las que continuaremos el quehacer largamente mantenido en la distancia que nos presiente con ánimos sumados a las incertidumbres que nos mantienen entre el ser y el querer. Todo es en la nueva noche que nos dispone con una misión que vale todo lo que dispongamos. Después de todo, ya podemos señalar que estamos hechos el uno para el otro. Pongamos por caso que sí. Los símbolos y las señales nos manifiestan una postura en abierto. Somos los mejores presentes que podríamos tener. Así es. A los iconos no ha de faltarles la perspectiva. Con ella sabremos un poco más. La comunicación se ha de plantear como la máxima posible, en plenitud y potencias enormes, con valor extraordinario.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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