miércoles, 17 de marzo de 2010

El bien preciado de la comunicación

La vida es, o la entendemos, o la exprimimos convenientemente, cuando somos capaces de interpretarla correctamente, o cuando lo intentamos. La dicha es el eje, y lo es en todos los ámbitos, sobre todo en otro de los soportes vitales, la comunicación. Esto lo digo, porque, como sabes, amigo lector, generamos constantemente fracasos y apatías que hemos de superar. No hagamos caso a las maniobras del destino, que ha de suponer lo mejor de nosotros mismos para adquirir notoriedad sin vanaglorias ni intentos de llegar mucho más allá. Hemos asentido con los pronósticos que nos han de reservar con unas intenciones de palabras no huecas. Tenemos que estar más unidos que nunca.

Juguemos a ser felices, y hagamos realidad esos sueños que nos proponen cambios con los que mejorar la existencia que nos envuelve. Hemos de hacernos caso en la realidad que nos inclina hacia ese momento más tierno. Nos hemos puesto a juzgar espacios que nos liberan de expertas caricias hacia una paz que nos convertirá en tan sanos como podamos. Aclimatemos los objetivos.

No seamos insensatos en las búsquedas de travesuras de recia actitud hacia ese universo honroso y honrado. Hemos acaudillado los momentos miméticos que han sido giros realistas y no adversos ante la serenidad menos cuerda. No hemos cultivado los “lapsus” en períodos de una cierta inquietud, que superaremos en cuanto sea menester, o pueda ser.

Modificamos los momentos y crecemos con ellos distinguiendo los instantes más apasionados, con lo que nos unimos más y más. Es un buen proceder. No deshagamos los menesteres que nos han llevado a estar ligados, creemos, casi de por vida. No consintamos que los que no tienen fe en los seres humanos extingan la escasa felicidad. Es un bien demasiado preciado. Normalicemos todas las fórmulas de amistades auténticas. Nos hemos de agarrar a los momentos y a las facilidades que, aunque sea por casualidad, nos regala la existencia.

No caigamos en la batalla, en su fragor, en las intenciones que nos corrigen los endiablados ritmos que nos separan más que otra cosa. Analicemos las acciones desde los puntos intermedios, con bondad, con la seguridad de que errores cometemos todos. Divisemos los rostros que nos rodean, pues comunican mucho. Seamos benévolos hasta con nosotros mismos. El secreto no es tal: consintamos y apuntalemos las buenas actitudes comunicativas y de diálogo, y demos con las señales que nos regalarán una calma con la que afrontar todo tipo de etapas. Miremos a los ojos, y señalemos lo que vemos. La felicidad de la que podemos disfrutar tiene mucho que ver con la actitud que mantengamos. Tenemos muchos bienes preciados, unos sencillos y otros más complejos. Hagamos el esfuerzo de verlos y de defenderlos.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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