No seamos perezosos. Comuniquemos cada día y de la mejor manera que podamos afrontar. Hagamos caso a nuestros corazones y demos con lo sencillo como base y eje de una verdad suprema. El despertar de un puente festivo nos puede conducir por vericuetos en los que afrontar los mejores despertares, las creencias en los destacados elementos con los que aglutinamos espacios, cambios, propuestas, ansias y dichas de consideraciones especiales. No tengamos atrás ese afán que nos podría impulsar para salir de las bajas temperaturas.
Hemos de surgir hacia delante con una previsión de mejorías en las primeras horas de unas jornadas que han de ser claramente de mudanzas. Lo externo nos ha de ayudar en el desarrollo interno. No paremos ante las desganas que nos trasladan quienes creen menos en los valores que poseen. Hemos de albergar el máximo positivismo en el interior. Crezcamos con los números para compensar las carencias.
Demos paso a lo que nos ha de transportar hacia ese mundo imaginario, por soñado, que, con las convenientes definiciones, debería contribuir a una mayoría de actuaciones conducentes a la madurez que precisamos. No debemos pararnos. No es justo que nos mantengamos en la indefinición. Disfrutemos de todos los espacios, por pequeños que sean. Hay verdades que estimulan por doquier las reacciones ante los objetivos que han de acercarnos a los universales más graciosos y agraciados.
La vida es una creencia ilusionada en el desarrollo, para que así sea, vistiendo con las promesas que hemos de cumplir para alcanzar las premisas con las que navegar con varios rumbos hacia soluciones que nos prefieran en esa nueva verdad, refrescada ella, que nos inducirá a tomar decisiones rompedoras de las malas inercias. No nos hemos de agotar. No acabemos con lo que nos definió como buenas personas. Es lo único, lo más importante, que nos queda.
No renunciemos a las conquistas sencillas. Hagamos caso. Hallemos el momento que ya no será fracaso. No pensemos que las cosas tienen más o menos importancia en función de sus resultados. Lo pequeño, sobre todo en su suma, también constituye una base para que exista una mañana. No olvidemos que en la vida hay muchos elementos minúsculos en su relevancia, que se suceden, que son, y muy pocos grandes que podamos disfrutar de verdad. Por ello nos tenemos que ayudar para que no se escapen, para que sean, para que la intención brille de manera oportuna. Ahí estamos. Claro que sí. Lo menos complicado aguarda a que lo trillemos y lo cojamos sin más historias, a la vuelta de la esquina, sin dobleces, ya. La voluntad cotidiana ha de ser el cimiento de esas realidades joviales e intelectuales en las que queremos tomar partido.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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