lunes, 17 de mayo de 2010

El latir comunicativo

Tomemos el pulso sin marcar ritmos a priori. Demos con las soluciones que nos han de procurar más felicidad. La comunicación es un proceso de pura experiencia con la que nos nutrimos y nos realizamos como personas. Soñar, vivir, sentir, poder regresar a esos momentos de excelencia que nos proponen salir de esas espirales que no entendemos del todo. Ganamos en la misma senda de la enmienda, mientras proponemos consideraciones que nos conducen por esa sensación de hospitalidad mayúscula. Vayamos a ver y a experimentar en el recorrido de una historia con la que hemos de crecer día tras día. No separemos las soluciones de los mismos problemas. Procuremos tener ese territorio donde seamos más capaces. Querer es poder.

Debemos procurar latir al unísono de una batalla que nos ha de propiciar un anhelo o dos de libertad. Nos hemos de poner las pilas para acercarnos a las voluntades firmes de creencias en la paz mayúscula. Hemos de adecuarnos a esos instantes de palabras en su justa medida, que hemos de tener como talismán, procurando que las sensaciones nos insistan con sus actitudes más consideradas. Hemos de superar todas esas etapas de dudas, que han de anular los efectos de la soledad. Procuremos subir todas las escaleras que nos coloque la vida, y también aquellas que nos encontremos por razón de nuestras ocupaciones.

Abracemos esos afanes de memorias con sus recordatorios de posibles actitudes hacia la losa de otra sencilla posibilidad. No será pesada, si no queremos contemplarla como tal. Hagamos caso al amor, a los deseos de encuentros, a los segundos de glorias entre consolidaciones de unos sentimientos que han de solidificar las estructuras más endebles. Ganemos amistades cada día, y no dejemos que las cosas materiales nos oculten las trayectorias y sus motivos y criterios. Vayamos hacia esos instantes primerizos donde comprenderemos el sonido y sus virtualidades. Hemos gestado suposiciones que ya no han de hacernos daño.

Debemos llevar a cabo las finalidades que nos distrajeron en sus posturas primerizas. Hagamos que las separaciones no sean tales. No podemos asumir los cambios con las ternuras de otras eras, en las que hemos de poseer las capacidades de no quedarnos atrás. Procuremos que las cuestiones se vayan formalizando sin parada. De ocurrir hemos de avanzar lo antes posible, dando continuidad a la faena en cada nuevo amanecer. Intentemos hacer bien lo que nos puede hacer felices. La responsabilidad ha de ser el sello de hasta lo más sencillo. Respiremos la tranquilidad que necesitamos. Los sosiegos son las marcas de versiones hospitalarias que hemos de fermentar en los albores de los conocimientos comunes.

No nos definamos por lo que es premura y precipitación en la vuelta y en la evolución más sensacional. No podemos apremiarnos con lo que nos flaquea sin darle un valor cercano a lo que nos supone de verdad. Hagamos que el todo nos recuerde que la vida es, y más que será con una belleza serena, la que nos ha de llegar con el diálogo y esa impronta que emana de la misma comunicación. Intentemos soñar y vivir en paralelo en la idea de que podremos convenirnos con el suficiente equilibrio dietético-comunicativo. El latir de la comunicación nos ha de alegrar, o debe, o debemos intentarlo cuando menos, cada día de nuestras existencias que, por irrepetibles, han de protegerse y gastarse, aunque suene contradictorio. El sueño de la razón, bien llevado, puede producir mucho bien.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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