sábado, 31 de julio de 2010

Vayamos por la comunicación

La comunicación es la gran divisa. Ha de ser la bandera con la que caminemos. Veamos la vida en etapas, en fases, en momentos, en deseos entremezclados con opiniones definidas. Debemos tener claras aspiraciones: una de ellas es la de comunicar, y hacerlo bien. Deambulamos por este maravilloso mundo, lleno de agridulces elementos, con sus consecuencias variopintas y con sus perspectivas de amplia gama. De vez en cuando, además de mirar, vemos, y caemos en la cuenta de esa hermosura sobre la que teorizamos y que observamos y palpamos en primera línea en cuando le damos una clara oportunidad. Es, pues, cuestión de intentarlo.
Los apuros de ciertas etapas (inevitables, por otro lado) se suspenden por unos instantes cuando damos con la complicidad que nos hace sentirnos con más vida. Nos manifestamos recurrentemente, o debemos, con unas actuaciones que nos dan fe a través de ciertas actividades que nos impulsan para seguir adelante propiciando y sacando partido a la existencia. Nos acercamos a algunas justificaciones cuando nos preparamos, cuando estamos preparados, para ello.
El esfuerzo de la mirada es básico para que nos regalemos la realidad del otro, de los demás, para que entendamos que todos tenemos una función, y que ésta es digna y competente cuando nos mueve la intención buena, la buena intención.
El verano es una etapa oportuna para enfrascarnos en un determinado relajo que nos ayude a contemplar de verdad, con más propiedad, con el afán de ver al otro lado, de reconocer y de reconocernos con las experiencias que nos toca exprimir, que así ha de ser.
Tomemos, por lo tanto, cartas en los asuntos que nos envuelven y que nos llevan como si constituyeran un río tras una tormenta con aguas encabritadas, y concedámonos el beneficio de una existencia que tiene sentido verdadero con la belleza de quienes nos acompañan. Seamos en el servicio a los convecinos.
Por eso, las miradas que propiciemos han de ser limpias, cargadas de confianza, procurando que ayude el contexto, que haya una retroalimentación (esto es, una respuesta), que nos impulsen a la actividad del entendimiento y de la comprensión, con aquiescencia, buscando el valor del silencio y de la escucha, con proporciones equitativas y equidistantes. Con todo ello tendremos la necesaria complicidad, a la cual hemos de añadir los mejores ánimos que, con su ilusión consustancial, nos regalarán buenos presentes en busca incluso de un futuro aún mejor.
Quizá el verano, y puede incluso que tengamos que quitar el quizá, sí, el verano, con todo su ocio, con esa parada en la biología profesional, sea, es, una etapa para fomentar auténticas miradas, de ésas que divisan y advierten, que otean en el interior y que sacan lo óptimo de cada cual. A eso se le llama entrega (complicidad decíamos antes), o, en términos más comunicativos, empatía. No olvidemos que, sin ella, sin asumir quién es el otro, sin sus porqués y circunstancias, sin esa actitud de ponernos en su lugar, no hay verdadera comunicación, y a ella, como no puede ser de otra manera, debemos aspirar. El intento ha de ser constante, permanente, vehiculado con la mejor intención. El verano es una etapa adecuada. Supongo que el resto del año también. Vayamos por él. La comunicación, con toda su grandeza, nos espera como el baluarte más preciado.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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