Pregón del XXXI Festival de Cante Flamenco de Lo Ferro
“El hermoso duende del flamenco ferreño”
Heme aquí, compañeros del alma, amigos muchos, conocidos otros, enamorados del flamenco la gran mayoría, dispuesto de corazón y con toda mi alma para dar el pistoletazo de salida en una nueva edición del Festival de Cante Flamenco de lo Ferro.
Confieso que me llena de orgullo estar en esta atalaya, en este altar del arte para significar su importancia, sus valores, sus tesoros intangibles. Reconozco también que me da un poco de pavor caer en el tópico, el no dejar huella entre aquellos que sois la muestra viva del sentimiento en estado puro. Es una oportunidad única, pero también un riesgo.
De momento os lanzo una pregunta que traigo con mucha humildad: ¿Dónde están los duendes flamencos de Lo Ferro? He preguntado en la misma puerta, y alguien me dice que apenas queda testimonio de una casa que, al parecer, los albergó, a los duendes, muy cerca de aquí. La cuestión es que quizá hablamos de otros duendes.
Bueno, que no quiero perderme, no tan pronto. Así, pues, con sentimientos ambivalentes y con la petición de una cierta benevolencia me dirijo a todos vosotros con el sabor de mis ancestros, con la pasión por ese “quejío” que es amor y encuentro, que es, sin duda, el flamenco, que sois todos vosotros.
Definir el alma no es fácil. Uno la experimenta, y ya está, ya vale. Los sentidos son los que son, e incluso son numerables en sus aspectos externos, pero internamente no hay dos iguales, porque no hay dos personas iguales. He ahí la dificultad de expresar qué es el arte, qué es el arte flamenco, qué es el sentimiento flamenco, definido, en una forma, como la exaltación y la agonía por los éxitos, por los fracasos, por los amores, por los desamores, por las voluntades que van y vienen.
Me es más sencillo hablar de lo visible, del escenario, de las gentes que han puesto en marcha, con una impecable organización, un certamen que sabe a gloria. Estáis ahí, y no quiero nombraros porque no quiero dejarme a ninguno sin mencionar.
Lo Ferro es pasión, Lo Ferro es fortaleza, Lo Ferro es silencio y parlamento, es todo eso en tonos diversos, apetecibles, entre sigilos y posturas que ennoblecen a quienes trabajaron las tierras, y con ellas cantaron y soñaron, y vivieron y se encerraron con finitas querencias que se plasman en su buen hacer, en su apertura al visitante. Tanto es así que recogieron las mieles de la historia para dar con este festival, que es familiar, que es salubre, que es cercano, que sabe a lo conocido. Por eso es un poco de todos.
Para mí, Lo Ferro es recordar mi infancia, a mis familiares, que vivían y viven muy cerca de aquí. Lo Ferro forma parte de esa geografía que indica cuáles fueron mis primeros sueños, que permanecen en los recovecos del corazón, que es bruma y deseo incluso con el paso de los años. Creo que me siento como en casa respirando los mismos átomos de familiares que trabajaron y lloraron la tierra, que se endulzaron con ella en los buenos años, que se apegaron a sus sentidos, a sus sequedades, a sus durezas, también a sus intermitentes destellos. Esta panorámica parece tener incluso las mismas caras del flamenco, que se duele y se alegra del paso ligero de una vida que tiene aristas cortantes y prendas magníficas que vestir.
Lo Ferro para mí
¡Ay, sí! Para mí, Lo Ferro es recordar a amigos que me enseñaron mucho, todo, que me hablaron cuando aprendía de mozo, que me consolidaron sus destrezas más estupendas. Vienen esas patrullas a menudo que nos aplican sus dones de excelencia. Siento la ternura de sus ojos conmigo, esta noche, con sus estrellas más o menos ocultas, con el dulzor de la Luna, con la belleza serena de quienes incluso no se hallan físicamente entre nosotros. El concepto tiempo y espacio no existe con la lógica matemática cuando hablamos de genuina amistad. Lo mismo le pasa al flamenco.
Y en esto me pregunto de nuevo por los duendes, los de Lo Ferro, sí. Confío en que alguien me indique. Hace años en unas fiestas locales conocí el duende de alguien que cantaba como la gloria. Los recuerdos se diluyen. Uno no quiere aferrarse a ellos.
Le preguntó el discípulo al maestro cuál era el camino. “No te referirás”, le contestó, “al que tienes ahí mismo”. Es la vida, señoras y señores, la que te enseña. Sólo con el tiempo, como el pececito, sabes qué es el océano. Lo que es el todo del principio se muda en el principio del todo, en el todo mismo, en lo que somos en definitiva. El agua, como el camino, como el aire, como los elementos fundamentales, los tenemos desde que llegamos al mundo, a esta dimensión, y es con el tiempo que los comprendemos.
El camino, sí, ése que emprendieron esos enamorados del flamenco hace 150 años cuando empezó a cerrarse como tal. Existió desde siempre, desde tiempos inmemoriales, pero fue hace un siglo y medio cuando empezó a crearse una escuela no escrita de palos y talentos, de escenarios en los salones de aquellos que, por nacimiento, por afición, por arraigo o desarraigo, se enfrentaron con la nobleza de un arte espontáneo, surgido del sentimiento en estado puro.
Décadas de idas y venidas, de palos de todo tipo, de cante hondo, de seguiriyas, de jaleos, de bulerías, de tarantas, de levantinas, de “soleás”, de dimes y diretes, de cantes de vuelta, de mineras, de saetas, de farrucas, de malagueñas, de sevillanas, de cartageneras, de sentimientos, de suspiros que han evolucionado en todas partes, más en donde el trabajador se enfrentaba con cierta melancolía y “cansera” a su menester de cada día.
Y en todo esto han aparecido unos locos que han consagrado sus carreras de cantaores, de bailaores, de guitarristas, de acompañantes de un cante que es gozo en un pozo de diversas densidades, que es navegación con un rumbo intuitivo que llamamos “duende”. ¡Ah, el duende! ¿Dónde estará?
No sé si los habitantes durante más de 300.000 años en la Sima de las Palomas advirtieron el valor del cante, de lo que es singularidad mayúscula venida desde lo más recóndito del corazón. Sí sé que lo Ferro se ha ganado un espacio, que ya no es humilde como sus gentes, que apunta unas señas de identidad como pocos certámenes en el mundo flamenco. Apenas sus cientos de habitantes aciertan cada año en lo que es una labor titánica. Son muy pocos para remar en la misma dirección y hacer algo grande, pero lo hacen.
Vitalidad del Festival
Y por eso, en esta edición en concreto, podemos destacar sus más de 50 aspirantes, que son la media de cada año, dispuestos a ganar el Melón de Oro. Por cierto, cada vez lo obtienen artistas más jóvenes, que luego ganan en otros festivales de igual reputación, o incluso de más solera (son apenas dos o tres más). Y aquí no sólo se descubren jóvenes: también se destaca como en ningún otro lugar el papel de la mujer que canta y que baila y que aquí, en lo Ferro, con siglos de pasión a sus espaldas, saben interpretar como en pocos lugares. Será, indudablemente, el duende, que vive aquí. Lo vemos cada noche, como lo veremos en sucesivas noches, durante toda esta semana, en las capacidades de los 12 cantaores que han quedado finalistas.
La ilusión está aquí, aunque suene a tópico, en estado puro. Como anticipo de ella tienen esta noche, con el permiso de los demás, a Victoria Cava, una alumna aventajada y que supera al maestro en todo y que nos hará un regalo muy especial con interpretaciones cargadas de garganta, de técnica y de brillo y presencia. Un don para los sentidos, para los aficionados. Es uno de esos jóvenes talentos que defiende Lo Ferro a capa y espada.
Ella también nos acompañará en Octubre en el segundo encuentro dedicado al flamenco y a los medios de comunicación, un curso, un taller donde vendrán reconocidos expertos y teóricos del flamenco, pero también artistas que, en el día a día, nos ofrecen un cante tan ancestral como en plena ebullición y evolución. Hasta en eso Lo Ferro, Torre Pacheco, ha sido una adelantada, pues fue la primera en ofertar un curso de este género, el que se dio hace dos años, y ya le han salido imitadores, lo cual quiere decir que vamos por el buen camino. Este año el curso tendrá créditos europeos de libre configuración, como un incentivo más para el ambiente universitario.
Más dudas. ¿Qué os puedo contar yo sobre el flamenco que no sepáis? Estoy aquí por mi cercanía con los que saben, por el amor que les profeso. Ellos son testigos de mi devoción, y por eso me han colocado esta noche ante vosotros, ante ustedes. Reconozco que el orgullo por poder venir a continuar aprendiendo me embarga y me ubica en una nave especial donde la comunión en lo personal y en lo espiritual es el todo.
Para mí, el flamenco es perfecto, es el “summun” en la búsqueda de las raíces de unos ancestros que vinieron de los cuatro costados de la piel de toro, encontrando en este campo de Cartagena las razones de un crisol histórico donde no faltan ni razas, ni credos, ni pareceres, integrados todos ellos con lo mejor para entenderse: la palabra, y, más que eso, la palabra cantada. A ello unimos la sencillez de los términos, de las rimas, junto con el esfuerzo para pronunciar la queja o la alegría, para ese “quejío” interno que saca el duende y la naturaleza de unos seres humanos curtidos en la esperanza, en el dolor, en la entrega, en el afán de superación, en el anhelo por vivir, por sobrevivir, por dejar sus huellas.
Arte del pueblo
Todos sabéis tan bien como yo que nos hallamos ante un arte que reconoce como pocos el valor del pueblo llano, el valor de los que se quitan el hierro pesado de un destino que destapa el peso del trabajo, de los valores, de los sentimientos, y resuena como ningún otro a lo largo de la historia, superando barreras y organizando un destino universal en forma de cánticos que se entienden en toda época y lugar. Tanto es así que, en esta época de Internet, es uno de los cantes más conocidos en el planeta Tierra.
Además, sus diversos palos nos recuerdan su capacidad para adaptarse, para amoldarse, a estados de ánimo, a interpretaciones y a momentos. Tan versátil es que, hoy en día, se entrega a mestizajes y maridajes con la naturalidad de los grandes géneros musicales, y lo hace con una hermosura que es difícil de superar.
Hablaban Unamuno y Pío Baroja, en su ámbito literario, de una cierta escritura intuitiva y sin una técnica determinada. En el fondo, aunque ellos no fueran conscientes, había mucha técnica en sus obras. Lo mismo ocurre en el flamenco, que tiene reminiscencias con cánticos de diversos puntos africanos, que se encuentra en diversos períodos históricos de nuestra España más universal, que golpea instrumentos y corazones como lo hacen otros géneros, como el propio Jazz, y que se ha nutrido en sus idas y sus vueltas entre fronteras escritas o no definidas con el continente americano. El reto desde siempre ha sido bello, extraordinario, ingente. La cosecha lo ha sido igualmente.
Lo que sí está claro es que ha tomado, el flamenco, lo mejor de los sentimientos de los últimos, de lo que iban a ser olvidados por la pobreza o por las desigualdades que fomentamos o consentimos los seres humanos. La solidaridad del cante flamenco ha sacado, desde sus orígenes, del ostracismo a quienes estaban condenados al olvido, en el cual no cayeron por unos cantes que recuperaron la dignidad que quiso robarles un destino cruel, superado gracias a los golpeteos de una música que superó la desesperanza y sacó rabia contenida direccionándola hacia un estado de mejoría singular. La receta, la mejor receta, fue el flamenco.
La vida es transformación. Nada queda quieto. Eso decía Heráclito, quien nos recordaba que “no podemos bañarnos dos veces en el mismo río”. Aunque nada permanece, en Lo Ferro sí quedan las raíces de quienes lo hicieron posible, de los Escudero, de los Rocas, de los anónimos, de los Juanito Valderrama, de los que mostraron talento artístico con unos carteles extraordinarios, como lo es este año el realizado por mi amiga Joaquina Illán, a la que adoro. ¡Cómo le baila a la Luna querida!
Pasión flamenca
Bebamos en su honor el mejor elixir. Seamos sensaciones y puros sentidos en este negociado que abrimos esta noche, en esta 31 edición. Comenzamos la cuarta década de un certamen que abriga sinceras y genuinas esperanzas, más que fortalecidas ellas, sobre el futuro del arte flamenco, de su salubridad, de su diseño y expansión. Suenan campanas, escribí para Victoria, que está predestinada por su nombre a llevar con letras bien altas y bonitas un arte que alberga, como sus padres y hermana, bien adentro, marcado por la pasión y el afán de superación.
El duende del flamenco -me dicen ahora- deambula estas noches por lo Ferro, donde ha venido a recitar palabras llenas de encuentro y de amor, así como de música celestial de la mano de palmeros y guitarristas, y de otros acompañantes instrumentales. Todo, esta noche, es fruto de la casualidad, de ésa que no existe, por la que durante treinta años llevan laborando ferreños y entusiastas de Torre Pacheco, e incluso de otros lugares, para que este certamen lleve el mejor cuño posible, que lo porta, como han podido constatar.
Flamenco es unión, es familia. En Lo Ferro, lo saben, y lo practican. Por eso, este año rinde homenaje al certamen mayor del flamenco, a su hermano mayor, a La Unión, con sus 50 años de festival a cuestas, con 150 de municipio, y con siglos de historia que conmueven y sirven de crisol, como hace el propio arte flamenco. Es un buen referente.
Prueba de que los ferreños son una familia, es que una familia, y luego otra, y más tarde, otras, y, hoy en día, otras, todas juntas, con sus apellidos, con sus fuerzas, con su tiempo, con su dedicación, han hecho y hacen posible un certamen que ha crecido con reconocimientos y con un arte extraordinario, con mucho arte. En varias ocasiones han descubierto el talento que luego se ha corroborado en otros festivales flamencos, como ya se ha dicho. Es que, en Lo Ferro, tienen alma de pioneros.
Aquí, creen, como pocos, en las generaciones más jóvenes, y por esto tienen su propia escuela, que miman, que cultivan, y por eso llegan muy lejos con todo lo que saben hacer. El reconocimiento internacional ya no es algo excepcional.
Y son solidarios: ningún otro certamen tiene la patente reconocida con la leyenda flamenco solidario. Lo han demostrado en todos sus años de historia, recabando fondos para ONG´s y para numerosas organizaciones y entidades entregadas a la sociedad. Este mismo año han organizado una gala a favor de Haití, y esta semana dirigirán sus desvelos, sus voces y el dinero que se obtenga para el fomento de buenos menesteres.
El Festival tuvo acierto en los comienzos, acierto para continuar, acierto para los nombres de los premios, acierto para los presentadores y los jurados que por aquí han pasado. Son, han sido, y serán magníficos. Además, el gran premio, el melón de oro, es un galardón de gran reputación que da sabia a quienes lo ganan y que muestra el orgullo que sienten los paisanos del lugar por uno de sus productos emblemáticos, el melón, con una denominación de origen tan especial como el sello de los cantes que por aquí surgen y resurgen, y se expanden.
Muchos triunfadores
Los nombres de quienes han triunfado son numerosos. Y de quienes los han contemplado también. Hay nombres con mayúsculas sociales, esto es, de esos conocidos, como la Duquesa de Alba, pero destacan, fundamentalmente, los anónimos, los desconocidos, aquellos que hacen que la intrahistoria se desarrolle y sea del nivel tan alto como hallamos por estos lares. No podía imaginar Vicente Ferro cuando fundó el paraje que esta localidad iba a tener la altura de miras y la proyección de la que ahora hacemos gala. Es cierto que la historia hunde profundas y profusas raíces en este emplazamiento, donde ya hubo asentamientos romanos y de otra índole antes y después. La cercanía del mar y la riqueza de estas tierras siempre fueron focos de atracción y de deseo. Sin embargo, es en la actualidad cuando adquiere un fulgor especial por el paso del arte y el tronío de especiales estrellas de una expresión que no tiene, por fortuna, fronteras que le detenga.
Y qué me dicen de su palo flamenco que ha maravillado hasta al propio Juanito Valderrama, quien se subraya como su inventor. Tiene tono, tiene talento, tiene duende, de todo un poco, y así, con humildad llega a quien escucha.
Y, en el final, vuelve la pregunta: ¿Dónde se hallarán los dichosos duendes? Ustedes saben, como yo, que están en cada uno de cuantos nos visitan, de cuantos han hecho posible que el cante siga, que estos cantaores y bailaores continúen adelante. Ustedes tienen el duende, ustedes son el duende, y yo, humildemente, en este pregón que será lo que tenga que ser, he venido, con el corazón en la mano, para darles las gracias por descubrírmelo cada vez que vengo a este lugar, que, con su permiso, considero un poco mío.
¡Que comience, pues, la música, que suenen las voces, que se oigan los corazones! Se inicia la 31 edición del Festival de Cante Flamenco de Lo Ferro. Que todos lo sepan. Buenas noches.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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