Movamos los espíritus comunicativos con el propósito de aprender desde la simpatía y la colaboración mutuas. No sellemos las puertas que nos pueden dejar sin destino propio. Lo autóctono, aunque tardío, sabe mejor. No alejemos las soluciones, que ahí están, y las hallamos por algo. Sepamos lo que ocurre. Miremos e interpretemos lo que nos acontece.
Las bellezas del pasado nos deben sugerir señales con existencias propias, que han de estar donde sea menester. La existencia está repleta de opciones que hemos de analizar totalmente. No nos quedemos con sugerencias. Apliquemos la mejor acción, o, al menos, debemos intentar mutaciones sin complejos.
Aseguremos los procedimientos que nos han de servir de guías cuando los consejos primerizos fallen. No extendamos las dudas, sino las solvencias ante los equívocos o problemas que se puedan producir. Lo inevitable ha de ser afrontado con coraje.
Saltemos hacia ese lago de esperanza donde la vida ha de tener una solución medio serena que nos ha de implicar en unos recorridos cooperantes con las negociaciones finales. Las comunicaciones nos dan solvencias, y con ellas hemos de trabajar diariamente en la seguridad de los posibles cambios, necesarios por otro lado.
Pongamos esa tela con juicio ante las aseveraciones absolutas, que siempre tienen su lado relativo, y desde ahí nos hemos de mover solidariamente. No actuemos en soledad, no seamos solitarios, y pensemos en clave conjunta como posición hacia una mayor operatividad en los resultados y en lo cualitativo. Digamos, esperemos, y volvamos a parlamentar en un sentido amplio de la palabra.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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