La Luna
nos aclama
con sus pasos dorados,
y nos enseña a amar
incluso en los albores
del día,
aportando sabores y aromas silentes
que siempre nos regalan afabilidad.
Lleguemos
donde sea menester
con la voluntad superada,
no herida,
presta a corregir los
intereses
con brumas y sensaciones nuevas.
El amor sana.
Hagamos caso al destino,
que nos susurra al oído
y exclama buenas perspectivas.
Preñamos
de apetencias
los aires de unos deseos
que nos definen
en la juventud misma,
dándonos salubridad.
Somos excelencia,
siempre excelencia,
y todo gracias al amor.
Juan T.
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