viernes, 2 de octubre de 2009

Por la empatía comunicativa

Hay que procurar conectar todos los días con lo que constituye el canal de la comunicación, es decir, con todos su resortes, lo que nos procurará satisfacciones reales. Intentemos poner las cosas en su sitio. Las importancias, en el contexto comunicativo, pese a ser todo relativo, están ahí. El mundo corre, y, pese a sus contradicciones, también en el ámbito comunicativo, surgen instantes que nos dan coraje y una visibilidad de las posibilidades en positivo que nos envuelven. Comunicar es la base de todo, del entendimiento, de la solución a cuanto ocurre. Vivimos ese día que justifica muchas noches. Ya podemos contar lo que sentimos, que es mucho y, durante todo el tiempo, fruto del deseo, de las ganas de ser felices. La versión de cuanto nos llega nos complace en forma de esos instrumentos comunicativos que nos rodean y que nos ofrecen toda una serie de opciones de conocimiento. Damos gracias a lo que acontece.

Los nuevos instrumentos y elementos para encaminar los procesos de comunicación nos ofertan ocasiones que hemos de aprovechar. Somos los privilegiados de ese mundo que ha de trabajar para que se de un equilibrio de fuerzas y de intenciones. No olvidemos que, para que haya serenidad, debe imperar la justicia.

Las trashumancias de datos y de sus interpretaciones nos han de brindar un contexto que nos ayude a ser más y mejores personas. Nos hemos de consolidar como esos baluartes de unos procedimientos que han de operar en las condiciones más óptimas.

Consumamos efectos y afectos desde unas buenas intenciones, lo cual puede ser garantía de continuidad y del suficiente entusiasmo para seguir adelante. El ejercicio “comunicacional” nos hace de una determinada manera. Ajustamos objetivos y su consumación, vemos con otra perspectiva, y sacamos partido a lo que ocurre en la consideración de que el mundo se mueve en una dirección correcta, esto es, la del aprendizaje.

Las tecnologías han permitido que la vida sea más cómoda y ágil en muchos aspectos y sentidos. Debemos procurar que esto siga así, y, además, sin desniveles. Nos hemos de procurar una solvencia en todas las esferas y con los condicionantes que complementan las voluntades y los fines comunicativos.

La complicidad ha ser siempre un buen instrumento para dar con las razones de los otros. Hay que “empatizar” con los que nos rodean. Sólo así entendemos, podemos comprender, lo que les ocurre, el porqué, así como sus anhelos, sus vicisitudes y sus propósitos. Las claves del mensaje están en el empeño por llegar a los demás, a lo que llevan dentro, a lo que son.

En el frontispicio del reconocimiento comunicativo hemos de colocar el anhelo de la felicidad a través del trato societario, de la relación perenne, del respeto y de la tolerancia en las relaciones humanas. No es sencillo, pero sí es cierto que, con el tiempo y con tesón, se consigue una dicha y una satisfacción por el trabajo y por sus resultados que, por fuerte y por intangible, procuran que esa complacencia nos lleve a unas esferas de razones y sentimientos que hemos de atesorar sin demora y con voluntad de continuidad.

El objetivo para nosotros, y para los demás, es estar bien con lo que hacemos, teniendo en cuenta las repercusiones en los que nos rodean. Ahí está. Aunque puede parecer evidente, hemos de emprender la faena diaria de contemplar, de disfrutar, de empaparnos de todas las ventajas aquí retratadas.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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