Esbocemos los ejes que nos funcionan y tratemos de acercarlos a la existencia cotidiana. Asumamos con simpatía, con el mejor humor posible, y con ganas de aprender y de mejorar todo cuanto nos regala la Naturaleza. Hagamos un poco de recapitulación. Nos planteamos el gozo de un nuevo día, de una nueva semana, de la voluntad de una caricia en forma de palabras que nos hagan sanar con una posibilidad de ser y de estar entre tonos de calmas sensacionales. Podemos, si verdaderamente queremos. Nos hemos de enamorar de las convenciones y de las coyunturas intentando sacar el máximo provecho a todo cuanto sucede, que ha de ser contemplado con altura de miras, con ese positivismo que nos ha de adiestrar en los inicios, en las mitades de los procesos y hasta en los finales.
La vida, nos dijo aquel cantante, es el puro directo, las intenciones que nos regala, las adivinanzas que nos hacen, en paralelo, comparecer en sitios angostos, las posturas que nos distraen, aquellas en las que somos más nosotros, aquellas otras que se nos escapan… Por ello, las rutinas no deben encorsetar lo que hacemos. Busquemos resoluciones a conflictos que no nos dan ningún tipo de resultado en positivo. Vayamos más allá, y tengamos en cuenta rescates de corazones solitarios, entre ellos el nuestro, que ha de huir de las penitencias y de los trabajos forzados. Intentemos dar con las claves que nos hacen felices de verdad, que son pocas y sencillas.
Persigamos a golpe de segundo lo que nos puede construir como personas. No hagamos daño, no conscientemente, y seamos capaces de pedir perdón y de enmendar la plana cuando nos equivoquemos. Es una virtud el reconocer los errores, que nos han de encauzar las existencias con los oportunos movimientos de perdón y de rectificación. Hagamos ese bien que siempre repercute en nosotros mismos. No paremos. Las segundas oportunidades las hemos de aprovechar.
Recordemos los instantes que nos hicieron felices, y tratemos de fomentarlos. Hemos de convenir resoluciones. Las directrices han de ser reclamar consejos, y, cuando sean buenos, tomarlos, y seguirlos en el tiempo, y trasladarlos a los demás, que han de recoger las mieles de un quehacer compartido, que es el que ha de complacer en la misma sinceridad. No hagamos que las conquistas sean solitarias. Serán más débiles, en ese caso, y tendrán menos continuidad.
Comuniquemos lo que sabemos, lo que hemos conocido, lo que nos ha dado resultado, lo que no… Pretendamos que los demás se suban al carro de nuestros intereses y, si puede ser, de cuanto nos ilusiona. No nos confundamos: no pensemos que nosotros somos los ejes, pues los cimientos los constituimos todos. Nunca sobra nadie, nadie es redundante. Todos podemos aportar nuestro granito de arena.
La cosecha de la vida no se obtiene de las grandes temporadas, al menos no únicamente de éstas. Hemos de sumar cada segundo, cada día, por anodino que sea. Si añadimos cada paso, seguro que haremos, con la superación de las etapas que van transcurriendo, un camino extenso, enriquecedor, magnífico. ¿Lo seguimos intentando? Debemos hacerlo, pues ése es el periplo de las cosas, lo que son, lo que nos ofrecen. ¿Acaso vivir es otra cosa distinta a seguir procurando el conocimiento y la felicidad? Pensemos que estos conceptos no se acumulan, sino que se expansionan hacia el mismo universo, lo cual constituye una herencia maravillosa.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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