viernes, 23 de abril de 2010

Antonete Gálvez, sin casa

Antonete Gálvez fue un líder revolucionario que pasó a la historia por mantener en jaque a la Administración Central de entonces, ya fuera tanto bajo la Monarquía como bajo la efímera República, la primera que tuvimos. Fue uno de esos jefes que mejor aguantaron en aquellos cantones de difícil y corto trayecto en una España convulsa. Estuvo lleno de leyendas en vida y también tras su muerte. Creo, y espero no equivocarme, que es uno de los personajes más señeros que ha tenido ese rincón de la Región constituido por la franja de la Cordillera existente entre el Puerto de Garruchal y el de Sucina, en el muncipio de Murcia. Probablemente, ha habido pocos como él en todo nuestro territorio. No hablo de importancias histórico-sociales. Hablo de transcendencia, de inmanencia, de conexión con su pueblo.
Bueno, sin entrar en disquisiciones de si hizo bien o mal, de si actuó mejor o peor, pues ya no estamos en su período temporal para calificarlo ni mucho menos para modificarlo, sí es cierto que podríamos recordar lo que fue y lo que supuso, un recuerdo que hasta hace poco podíamos acompañar de su casa, de la vivienda donde pasó buena parte de sus días, situada en la pedanía de los Ramos, o, mejor dicho, en la encrucijada entre ésta y Beniaján, a la altura del paraje ya muy habitado de El Secano.
Esta vivienda, enhiesta y erigida hasta hace unos pocos años, ha desaparecido: hemos visto desde la propia carretera que la circunvala como ha ido perdiendo techo, muros, y, por supuesto, enseres en esta última década. Se ve que, cuando pasábamos por allí, todos/as, hemos mirado para otro lado. Verdaderamente, con esa ignorancia consentida, hemos dejado que patrimonio histórico se haya caído y destruido.
Con este escrito no busco ni culpables, ni responsables. Ya no es hora de eso. La experiencia me dice que no sirve para nada decir, cuando lo señalamos de manera tardía, que alguien ha hecho o ha dejado de realizar una determinada tarea, en este caso en interés del bien y del patrimonio colectivo, con independencia de quién gestione o deba gestionar tal patrimonio. Lo que sí quisiera es resaltar que no podemos asistir impasiblemente a la pérdida de lo poco o lo mucho, que a veces es menos de lo que debería, y que podría servirnos para explicar la vida y la actividad de personajes relevantes de nuestra historia más o menos reciente.
Llama la atención que haya sido en el pasado reciente, o, más bien, en este presente continuo en el que nos hallamos, cuando se haya permitido que una casa que podría haberse convertido en centro de interpretación se haya disipado casi hasta sus mismos cimientos. No se entiende, sobre todo porque a quienes hemos crecido en ese entorno nos pareció que era una vivienda que andaba a caballo entre el misticismo, la leyenda y la historia, quizá buenos baluartes para vender un período histórico, al tiempo que nos puede valer para explicitar lo que ocurrió y cómo se vivió aquella etapa desde la perspectiva murciana.
Siento de veras que el sentimiento que promovía aquel personaje, quien, además, unía intereses entre distintos puntos de la Región (no olvidemos que el cantonalismo de Cartagena tuvo apoyos murcianos), se haya quedado sin esa sede para explicarlo, una sede que perfectamente podría haber sido aquella casa, su casa, que seguro que conservaba las vibraciones y los átomos de aquel Antonete tan particular.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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