martes, 18 de mayo de 2010

El refresco comunicativo

La salud comunicativa hay que mantenerla cada día, con empeño, con entusiasmo, con razones más o menos objetivas o subjetivas. En esos sentidos, debemos refrescar todo lo que hacemos, lo que percibimos, lo que somos capaces de realizar. La comunicación, entre otras acepciones, tiene la de compartir, la de ser en los demás, con los otros. Nos arrimamos a esa voluntad que nos ha de cerciorar sobre los motivos con un poco de base, que nos ha de acertar con las ganas de vivir que luego, antes, siempre, ayudan. Nos hemos de preparar para superar las cercas de un destino que no ha de confabularse para que nos ubiquemos contra las cuerdas y en unas circunstancias en las que las ideas se quedan, o se pueden quedar, cercenadas. Las superaremos. Hemos ayunado en la vida, en los deseos, en lo que nos parece cordura entre afanes diversos. Lleguemos para ser y entender.

Nos debemos a unas secuencias de amores hermosos que nos han de poner en la eterna prueba que eliminará las astucias de otros años, que son y que serán, y que nos acercarán en la medida en que toquemos la devoción de las hermosuras de años atrasados y que ahora debemos fomentar. No liguemos aspectos que tan sólo nos consuelan superficialmente. Hemos de servir de testigos de realidades que antes fueron profundas y que volverán a serlo. No nos debe caber la menor duda.

Hablemos de lo que es cantinela que nos insiste con sus reglas no escritas, pero que entusiasmarán e ilusionarán con sus dones más fortalecidos. Hagamos caso al amor. Hemos servido de testigos de algunos elementos que todavía consideramos maravillosos y que ahora lo serán más por obra y milagros de una comunicación en la que creemos con hechos. Las intenciones no bastan cuando surge la necesidad de andar más allá de ese hogar que no tenemos cuando falta el afán bondadoso. El caso es que nos queremos, y eso solucionará todo.

Prediquemos con moldes y ejemplos de solicitud expresa entre suspensas inquietudes que nos han de procurar llegar donde el menester principal nos será la influyente dicha. Hagamos el favor de eternizar las buenas acciones, que nos quitarán los nubarrones de las consentidas caricias de un callado deseo de tranquilidad refrescada de manera intermitente. Nos hemos de poner las pilas con sus efectos anticipados. Tenemos suerte de conocernos y de poder aprender mancomunadamente. Hemos sentido el anhelo tranquilo, sin suspicacias en los corazones, que nos detienen, a intervalos, con sus sospechas algo más que fundadas. Los ligamentos espirituales serán en la búsqueda de la perfección.

No podemos trasladar ese todo que tiene muchas espirales y pocas dichas que podamos compartir en el tránsito hacia las experiencias con propiedades sencillas, de las que hemos de aprender en los momentos fáciles pero, sobre todo, en los más complejos. Hagamos que los destellos sean compartidos. No paremos en las otras fértiles consideraciones que nos plantearán ser y vivir en el mismo estado de gracia que hemos heredado. Ya hablaremos de otro modo. De momento esperamos con mucha conversación de contenidos retroactivos y de perfiles de futuro todo lo que está por suceder en lo personal y en lo colectivo, siempre en lo comunicativo. Debemos compartir lo que tenemos, lo que somos, lo que aprendemos, lo que surge de los aspectos más ilusionantes, que son los que construyen vida. Pensemos en las condiciones y circunstancias básicas de todo proceso intelectual y comunicativo y demos con las bases para exprimir las emociones y hasta las razones de ser, de existir y de mejorar en ese trayecto.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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