Mi compañero Jorge me suele decir que los tiempos
son los que son. Se refiere a mucho, contextualiza mucho, con una frase tan
sencilla. Quizá por eso de vez en cuando hemos de reflexionar sobre lo que
somos y lo que tenemos, acerca de cómo nos comportamos y sobre las actitudes
que generamos con las personas de nuestro entorno.
Las
posturas beligerantes de algunos conciudadanos, las de insolidaridad, las de
una cierta amargura propia y proyectada, nos generan niveles de tensión que no
suelen conducirnos a ninguna meta loable. No sé si se han planteado la paradoja
de ver a gentes de bien, que aman a sus familias, haciendo actos o diciendo
palabras que no les pertenecen, que nos les pegan, que rompen la visión que
tenemos de ellos/as.
Sí,
es como si se transformasen. Personas que creemos equilibradas y bondadosas
hacen gestos, y algo más que gestos, que provocan dolor y antipatías, rupturas
y penas, lágrimas y tristezas… Es increíble que el ser humano, pero así es, se
muestre capaz de lo mejor y de lo peor.
Es
verdad también que hay compañeros/as que a priori también se les ve que van por
mal camino. Aún así, tienen resquicios de buen comportamiento, aunque pueda ser
fingido, con los seres de sus clanes o de sus propias familias. Cuando los
vemos ahí, nos preguntamos qué ha pasado para que el lado bueno de la fuerza no
les haya ganado un poco más. En todo caso, tengamos presente que siempre puede
ganar la ilusión y el optimismo. Es cuestión de despertar a estos conceptos.
Los
hay irreductibles. Gentes que sabemos que nacieron para complicarse y complicar
la vida a los demás. Son recuperables, imagino, espero, pero es difícil que
ello pueda ser así. De estos, al menos a
priori, lo mejor es alejarse, o, cuando menos, intentarán amargarnos la
existencia. No debemos dejarlos.
Quizá
una perspectiva para mejorar nuestra actitud y la de los demás, para que se
produzcan consensos y cercanías, para que arreglemos algunos estados más o
menos complicados, quizá, digo, pueda ser que nos veamos como seres que aman y que
son amados. No me explico cómo una persona que es capaz de amar, a la que
quieren también, se dedican a hacer daño a otros, buscando fracasos colectivos,
haciendo injerencias extrañas, procurando malas famas o despreciando las tareas
que tanta dedicación y esfuerzo consumen… No lo entiendo, de veras.
Hacer
el bien
Decía
San Agustín que con amar bastaba, pero, claro, habría que añadir que haz el
bien y no mires a quien, pues, si somos selectivos, qué mérito tiene, como dijo
Jesús a su querido primo Santiago. Además, cuando despreciamos, cuando somos
pésimos, cuando dejamos de lado nuestros deberes societarios, nos faltamos al
respecto a nosotros mismos, y a aquellos que creen en nosotros. La confianza,
si es de verdad, hay que defenderla en toda nuestra existencia. No debe haber
resquicios o fallas de más o menos envergadura.
Es
cierto que, cuando nos reconocemos en el amor, somos más capaces y menos
dañinos. Por ahí debemos ir en la actitud. Miremos, como dice El Principito,
con el corazón; y, desde la óptica del amor, avancemos sin que los rencores, el
odio y las malas artes nos ganen la partida. Sintámonos amados. Saben que
funciona.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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