La vida es un
eterno tránsito, una mudanza hacia un espacio infinito donde
saboreamos dosis que procuramos, al menos en ocasiones, que sean de felicidad. El afán en esta dirección ha
de darse. Los cambios son, además de
necesarios, inevitables: se hallan ahí. Los debemos afrontar no sólo con la
deportividad que ha de caracterizar la existencia, sino con la premisa de aprender de ellos. Lo que
no nos derrota definitivamente, recordemos, nos hace más fuertes. Algo así nos
subrayaba Nietzsche.
Actualmente, todo está mudando la
piel, y lo hace doblemente, tanto en su aspecto externo como fundamentalmente
en el interno. Las transiciones llevan su ritmo.
En algunas ocasiones van lentas, y en otras se aceleran con lo que ello impone
de adaptación en cuanto al tono del acontecer diario.
Heráclito
nos recordaba mirando el agua discurrir por el río que nada permanece. No estamos en el mismo sitio dos veces, aunque lo
parezca, pues las circunstancias, aunque sólo se encuentren determinadas por
los años, por el tiempo, y no por otros trueques, no son las mismas. Por ello
hemos de ser sabios para aprovechar las oportunidades de las transformaciones
sociales e individuales y fermentar en positividad.
Convendría, por ende, interpretar
las ocasiones vitales en cualquier etapa de nuestras vidas como opciones que suman. Las rutas de las
intrahistorias nos brindan ingentes fortunas en forma de aprendizajes, de
creencias en el porvenir. La fe mueve montañas, incluso en el sesgo literal. La
credibilidad y la confianza son aspectos cruciales. Sin la una y sin la otra no
vamos a parte alguna. Por eso las
crisis, que suponen puesta en cuestión de lo vigente, nos regalan las
intervenciones necesarias para que las estructuras caigan, para que todo se
defina de otra guisa.
La
transformación es un tesoro. No hay riqueza mayor que la docencia que nos
viene de levantarnos tras caídas diversas. El corazón, como la mente, ha de
estar abierto. No debe tener prejuicios, ni debemos vivir en un limbo
inmutable. Las derivaciones de los orígenes fortalecen las raíces y dan un
ramaje más denso, verde y prometedor.
La clarividencia respecto del
presente y en relación al porvenir tiene que ver con la visualización de los dones que nos rodean y respaldan, aquellos que
nos pueden permitir avances y que nos inculcan los valores cruciales para la
subsistencia en comandita, en comunidad.
Emoción y razón
Los deseos se cumplen desde el territorio
de la emoción, teniendo en cuenta las opiniones
espirituales, pero en paralelo acercándonos a los criterios racionales desde las medidas equilibradas que nos pueden
ayudar a conocer y a saber en paz, en consideración y complacencia, desde la
belleza más singular. Podemos dar y fomentar la dicha cimentándonos en la
concordia, en los acuerdos. De hecho, la mayoría no intuimos mejores veredas.
Los
hechos se construyen en una existencia en permanente riesgo, siempre que
éste no se declare en la radicalidad permanente. Los trasiegos son intrínsecos
al deambular humano. El objetivo ha de ser la búsqueda de espacios comunes,
que, aunque cambien, lo cual es deseable, sean reconocidos por todos. Parece
evidente. Lo importante es que lo sea, resaltémoslo, para todos.
Juan TOMÁS FRUTOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario