Hay pocas
palabras que me gusten más que compromiso. Da miedo, lo reconozco, pero también
mucho coraje para salir adelante. Hay más vocablos que me placen, pero son,
realmente, pocos. Es, indudablemente, así porque, entre otras consideraciones, el
compromiso supone acercarnos a los planteamientos de la solidaridad, de la
bondad hacia los otros, de las obligaciones adquiridas interiormente, de las
apuestas por un futuro en el que verdaderamente creemos... Es una suerte de
intento de dar con la máxima verdad. Hay mucha carga de magnetismo en positivo
en este término al que aludimos.
Por fijar posiciones, resaltemos que el primer
compromiso del ser humano ha de ser consigo mismo, con su felicidad, con sus
aspectos formativos, con su paz interior, con sus mejores valores, que ha de
extender, por supuesto, a los demás. Hay que compartir, a ser posible, lo que
merece la pena, lo que alberga valentía, determinación y riqueza en el plano
material y, fundamentalmente, en el intangible.
Nos hemos de comprometer cada día
con los que conocemos, con los que amamos, con los que están pendientes de que
les demos cierto crédito, con quienes vienen con el afán de un aprendizaje
prometedor. Hemos de realizar las expectativas de amor con hechos, desde
eventos plausibles y practicables. El movimiento, lo que uno indica
verbalmente, se demuestra andando.
Cuando demos nuestra palabra, no lo
olvidemos, hemos de proporcionar a quien se la ofrecemos un contrato escrito,
un pacto de ley, un acuerdo de por vida, brindando razones y criterios de
convivencia y de libertad. Los momentos se justifican con destacadas
deferencias. Podemos hacer mucho si tenemos el coraje de no volvernos atrás,
sobre todo si se trata de circunstancias y condiciones severas. Aquí es donde
uno mide lo relevante.
La vida está llena de oportunidades, pero para que
éstas cuajen, además de voluntad, de firmeza, de formación y de entrega en un
sentido amplio, y no siempre academicista, hemos de darnos seguridad en lo
personal, en lo jurídico, en lo social y hasta en lo económico-político. Las
cuestiones que funcionan son las que tienen
soportado el medio o largo plazo desde una óptica real, no del todo
idealista, con premisas y obligaciones adquiridas de manera voluntaria. Aquello
que se hace porque se cree en sus interioridades es lo que tiene porvenir.
Superar la increencia
Uno de los graves inconvenientes, por no decir
obstáculos, para superar la crisis es que a menudo no creemos en las
probabilidades que nos propician unos y otros: nos referimos a todos los
ámbitos, desde el financiero hasta el cultural, pasando por los demás. Hay una increencia generalizada, y ésta viene
por el hecho de que no ha habido una realidad basada en el pacto atemporal que
nos lleve a solvencias y a soluciones donde el conjunto tenga propuestas y alternativas.
La visión global contribuye a que avancemos de verdad, de un modo arrollador.
Además, ha de ser una perspectiva de ventajas
asumidas desde una obligación libre que responda al día de mañana. El seguimiento
de las rutas, de los planteamientos, de los compromisos hablados, ha de ser
metódico, preciso, contrastado y cercano. Cuando se produzcan desviaciones o
desventajas, deberemos cambiar el rumbo. Las transformaciones, cautelosas,
prudentes, lentas, cimentadas en la experiencia y en la mejoría frente los
errores o equívocos, se irán produciendo desde la seguridad férrea de las
situaciones bien construidas. Ése ha de ser el anhelo.
Compromiso no será la única palabra que hemos de
pronunciar y de llevar a cabo, pero es una de las más fecundas en estos tiempos
de puesta en cuestión de casi todo. La rubricamos en este artículo con
fortaleza, porque, de ejecutarla, daremos con el lógico bienestar común, tan
olvidado por algunos sectores en la actualidad. Comprometámonos, pues.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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