La vida es un puro tránsito. Lo sabemos. No obstante, hemos de poder encabezar aquellas etapas más fructíferas, desde los instantes más singulares, únicos y sencillos, con el fin de optimizarlas en cuanto a aprovechamiento, aprendizaje y deseos cumplidos.
Cada momento es una oportunidad: lo es para moldearnos en positivo, para caminar, para respirar, para formarnos, para compartir, para descubrir le belleza que siempre ha estado ahí, para no atosigarnos, para surgir o resurgir, para adentrarnos en la hermosura de cada jornada, dispuesta a borbotones, para ser un poco más felices...
Las diversiones son muchas: ¡por supuesto que no todas han de ser estridentes! Pongamos toda la masa en esa actividad que nos promueve por y para ser personas genuinas sin necesidades absurdas y comprometidas en vacío. Busquemos la profundidad, pero no la densidad acumulada que nos rompe.
No todo ha de ser un éxito. De hecho no es adecuado que lo sea. Tampoco veamos en exceso el fracaso, que nos suele regalar docencia y fortaleza. No olvidemos que lo que no nos mata nos hace más diestros y firmes. Nuestras convicciones han de crecer desde el prisma de la tolerancia, desde el entusiasmo contrastado y alto.
Los hechos nos han de mostrar sendas, que hemos de ir tomando desde la premisa de enmendar los posibles errores. Nada permanece. No es anhelable que sea así. Debemos movernos para no corromper lo que nos invita al aprendizaje. Por cierto, como palpamos, nada funciona eternamente.
Es conveniente que el universo esté en perpetua transformación. De las mutaciones todos aprendemos. Lo importante es que el factor experiencia nos sugiera fermentar. Lo decisivo es que aceptemos el desafío y nos formemos ciertamente, eso sí, sin adoctrinamientos funestos ni fanatismos. El día nos participa su más extraordinaria cara, sus múltiples elementos. ¿Vamos por los buenos?
Juan Tomás Frutos.
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