El escenario está preparado. Las luces, naturales; los aplausos,
del respetable; el territorio, cargado de emoción... Todo está en su punto.
Hace años que nos dispusimos a hallarnos en este universo de creencias en la
verdad relativa. Sabernos nos equilibra.
La atmosfera se llena de sugerencias, y comienza el camino
hacia ese centro que consideramos virtuoso, como Aristóteles, y que nos invita
a expresar el riesgo en una situación real, que nos reportará una oportunidad
de confesarnos. La complejidad nos genera sanación.
Alcanzamos las motivaciones de ese instante, que, como
señaló mi maestro Santiago
Fernández-Ardanaz, nos ha de ubicar con la capacidad más alta. Nos
realizamos.
Sopla un poco de brisa. Nos agachamos. Palpamos la tierra
de los ancestros, que nos dijeron que hoy tocaba aquí. Toda la línea recta nos
conduce a este punto. Es ahora en una renovación de un ciclo que nos aligera.
No hacen falta los pesados equipajes. Las manos han de estar libres, como las
mentes.
Hay pulcritud en el rito, en el hábito, en la memoria, en
la consumación de una certeza que viene acompañada de música que sabe a esos
duelos que nos introducen en un inevitable reto. Lo aceptamos. La vida tiene su
sentido en un retorno a lo que fuimos. Es la dinámica: siempre vuelta a empezar,
pero, eso sí, un poco mejores.
Juan TOMÁS
FRUTOS.
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