Nos declaramos
fervientes seguidores de la amistad que canta en la buena mañana y que nos
inserta en la memoria de la felicidad. No nos iremos de ahí. Hemos venido para
quedarnos con calma. Tenemos derecho al equilibrio.
Intentemos pasar
página para que ésta ostente la misión con la que nos hemos presentado:
salgamos adelante sin dar más cabida ni a problemas ni al devenir cotidiano. La
vida se compone de fases, de entregas, de posturas, de eventos más o menos
solventes, y, en todo ello, ante ello, nos hemos de crecer. No nos amilanemos.
Caminemos, por
ende, con soltura, procurando que el camino recto sea el trayecto que nos convenza
de lo que ha de surgir.
Acudamos a las
llamadas que nos pueden proyectar salidas hacia esa cuestión que consideramos
mágica. Avancemos con recuerdos de bondadosa antesala.
La valentía nos
regala oportunidades y nos repone ante las caídas o posibles golpes de un
destino que nos debe plantear entusiasmos como premisas para progresar. El
abono aquí, como en todo, es fundamental. No experimentemos en hipotecas
permanentes. Para alcanzar la jovialidad no precisamos tanto como nos cuentan
las sociedades del consumo.
No hay mayor
tesoro que el amor y el conocimiento juntos. Cuando los reunimos, cuando los
mantenemos, cuando los conservamos, se produce el “milagro” de mejorar en ese
entorno que se gesta más dichoso por el diseño que hemos hecho de él. ¡Tengamos
coraje!
La estrategia es
que superemos la apatía, el hastío y la rutina, y que nos pongamos a la faena
diaria desde ese punto de partida que es lo humano como medida en el marco de
la Naturaleza de las cosas. ¡En marcha!
Juan TOMÁS FRUTOS.
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