Hay
mañanas que uno entiende todo
en
lo sencillo, en lo cercano,
en
lo más pequeño, que no lo es tanto,
en
el hecho de experimentarnos
ante
el gozo de la Naturaleza,
a la
que nos debemos.
Comprendemos
que somos más capaces
de
lo que otros dicen,
y
avanzamos por sendas sin definir
para
hallar el sentido de estar aquí,
admirando
el milagro la vida.
Damos,
de vez en cuando, con parámetros
que
nos brindan las señales más genuinas
mientras
somos en la aventura
emotiva
y emocionada de compartir
corazones
y mentes entregadas
a
esa arena que pisaron nuestros ancestros,
que
amaron su tierra
como
a sus propias almas.
Son
esas mañanas de pechos ardientes,
de
olas y curvas inquietantes que regalan paz
hasta
llegar al origen de la divinidad,
que
nos fecunda de sentimientos y de caricias
hasta
con el mismo roce de un viento excepcional.
Aparecemos
en esos instantes
en
el lugar no escrito, pero sí sabido,
para
darnos el gozo de entenderlo más que nunca,
aunque
siempre ha estado ahí.
En
los albores de esos anhelos, de esas ideas,
de
esas ensoñaciones genuinas,
nos
envolvemos de paciencia y de voluntad
y
nos enfrascamos en un disfrute
que
nos hace eternos, únicos.
Son
las provocaciones de unos parajes
que
cambian los rumbos,
y
nos dicen, por ejemplo, desde San Javier:
"¡Mar
a la vista!"
Juan TOMAS FRUTOS.
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