El tiempo pasa muy deprisa. Siempre decimos que el ritmo
es demasiado trepidante. Lo es, pero no deja de ser un tópico: a menudo
desaprovechamos ocasiones, momentos, instantes, segundos, que valen toda una
vida, y luego decimos, sempiternamente lo glosamos, que nos falta ese minuto
esencial para dar con lo que perseguimos. Reflexionemos sobre ello.
Sería deseable aprender de la experiencia, de la propia y
de la ajena, pero habitualmente no sucede de este modo. Incluso, como sabemos,
tropezamos varias veces en la misma piedra al no sacarle partido a ciertas
oportunidades. No obstante, no es cuestión de agobiarse, que hoy es un día muy
saludable para hacer propósito de enmienda y para encomendarnos a los buenos
hados, que los hay, y con los que debemos contribuir para que todo marche sobre
ruedas.
La existencia está colmada de frutos de esperanza y de
fe, de posibles encuentros con personas y en circunstancias que nos muden las
perspectivas y también las intenciones con las que nos movemos. Las citas,
previstas o no, cerradas o no, nos ofertan nuevos conocimientos, saberes de
primera mano o curtidos por las etapas de una historia donde demasiadas cosas
se repiten.
Por ello, de vez en cuando hay que arriesgar: para esa
actitud, que ha de superar el miedo a la transformación, necesitamos mucha
pasión. Con ella comenzamos el día, otro buen día, el nuestro, el elucubrado,
el compartido desde la confianza de que el mundo puede mejorar, siempre, claro
está, empezando por nosotros mismos. En realidad, como subrayaba John Lennon, "todo lo que
necesitamos es amor".
Juan Tomás Frutos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario