No sería lo que es el ser humano si no estuviera dotado de la capacidad de hablar. Muchas cosas no vividas se saborean como si se hubieran experimentado, y, además, somos capaces de arbitrar iniciativas más o menos planificadas de cara al futuro. Esto nos diferencia del resto del reino animal, o de la mayoría de los seres de la Creación. La existencia se compone de ciclos más o menos prolongados, y en ellos es la palabra, la conexión vía comunicativa, la que nos procura enlazar experiencias y resultados. Busco el valor de la palabra, y hallo el de las personas. En toda terminología hay un contexto, una textura, una voluntad, un tesoro, que es el aprendizaje que recibimos, y también el que regalamos. El verbo ofrece un sustento que nos garantiza aspectos de cariño y de deseo, que hemos de potenciar en la medida que podamos.
Toquemos la melodía que ha de apurar todo cuanto sea posible, con una pantalla radiante que nos presente la realidad de cerca. Los problemas tienen solución. Lo indescifrable brinda márgenes solventes. La incorporación de los vínculos comunicativos es la base para superar las percepciones que de otro modo no nos llegarían. Hay todo un universo de sensaciones esperando en millones de lugares.
Intento saber lo que sucede. Yo, y todos. Pregunto, me responden, vuelvo a cuestionar lo que acontece, y replico con matices que atomizan las dudas, que las disipan. Aprendemos con visiones de lo que es, de su interpretación, del esfuerzo compartido. La vida es esto: las cosas son en su contexto, como hemos dicho, esto es, en relación a las demás. El movimiento de ideas que supone la comunicación nos puede llevar a nuevas dimensiones, a perspectivas fermentadoras de flamantes panoramas.
Persigamos el valor de las cosas, que se aprehenden con la fórmula del relato, de la comunicación, del intercambio de opiniones, de la conexión de pareceres… Nos sentimos más tranquilos, y eso podemos experimentarlo cada día, cuando contamos lo que hacemos, lo que pensamos, lo que nos edifica, lo que otros saben, etc., pues, de este modo, advertimos, igualmente, lo que otros entienden respecto de las realidades que nos circundan. De esta guisa quedan las cosas mejor en su sitio.
El ser humano es pura naturaleza, y ésta mejora con la comunicación, se comprende con ella más en su integridad o en su totalidad, así como se experimenta con resultados más agradables gracias al valor de las letras, de las impresas, de las habladas, que suponen cultura, que implican recuerdos, que agrupan aprendizajes y sentimientos… La palabra es, en este sentido, y en otros, la clave para adentrarnos en el mundo de lo abstracto y de lo concreto, para limar asperezas, para sentir lo que es fundamental, y para dejar a un lado pesadas cargas por nimias causas.
El quehacer al que debemos dirigirnos cada día tiene que ver con la docencia, la que damos, la que recibimos, y aquí, sin palabras, no somos nada, no existimos. Al final, como al principio, siempre permanece el remanso de la palabra. De ella extraemos esa esencia que nos mantiene en contacto con lo que merece la pena, a menudo intangible, claro. La esencia está en la delicadeza, en la fortaleza, en la plenitud de la palabra, en todo lo que nos aporta, en lo que nos puede traer. La palabra es todo.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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