Vivamos la experiencia de la comunicación en grado sumo, al menos en su intento más completo. No renunciemos a aprender. Las virtudes de los procesos nos deben provenir de las compañías, buenas ellas (ése debe ser el pronóstico y el intento), con las que hemos de compartir el valor de la palabra, que existe y que es.
Nos hemos de sentar a la diestra de aquellas emociones que nos embarcan con variadas señales, que han de conseguir lo mejor de cada cual. La existencia es en todas sus variables y circunstancias.
Es posible el milagro del entendimiento desde la misión honesta y la plática. No dejemos que las cuestiones se queden en blanco o sin resolver, al menos que no sea sin un quehacer diáfano por nuestra parte.
Aseguremos los procedimientos que nos conducen por las esferas de resultados emergentes y edificantes. La paz y la justicia han de caminar de la mano, mirándose a la cara, sintiendo que las consecuencias más lógicas son las que derivan de la comprensión y del entusiasmo solidario.
Tengamos en cuenta al otro, empaticemos con él, experimentemos sus circunstancias como nuestras y separemos lo importante de cuanto no lo es. Vivamos la pulcritud de la memoria desde las buenas acciones, que nos hacen cada día mejores personas. Recordemos y efectuemos cuanto sea menester para ser felices y para conseguir que los demás también lo sean.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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