El esfuerzo está ahí. Hay un
compromiso diario de cientos, de miles, de millones de personas para salir
adelante, para avanzar, para que las cuestiones más o menos rutinarias, fundamentales
o no, operen con normalidad, sin estridencias, sin soledades. Todos lo
intentamos.
Un excelente ponente en una
interesante mesa redonda nos recalcaba que, hoy en día, lo importante es que
trabajemos sobre perfiles profesionales, que nos vayamos haciendo a nosotros
mismos conforme a una voluntariosa formación y persiguiendo el atractivo de
aquello que nos gusta y complace, lo cual, insistía, constituirá un
extraordinario complemento en el aprendizaje obtenido.
Repetía Aristóteles la necesidad de conocernos a nosotros mismos. Si no
somos capaces de afirmar lo que nos pasa, lo que nos sucede, lo que pensamos,
difícilmente podremos poner coto a aquello que nos pueda hacer daño o que
suponga dilación o impedimento. Tampoco podremos fomentar lo que nos engrandece
u otorga dicha.
Todo, sin ánimo de mostrar
reduccionismo, es un problema de identificación. Hemos de conocer los
obstáculos, lo que nos interesa, lo que nos entretiene, lo que nos aporta paz y
conocimiento, lo que nos hace ser felices de verdad, en equilibrio, con mesura.
No podemos mudar lo que no
conocemos, lo que no es señalado en sus dimensiones y perspectivas. Diseñemos, pues,
el entorno. Hemos de caracterizar lo que tenemos enfrente antes de ser actores
respecto de lo que nos acontece. El aprendizaje ha de ser continuo.
Un problema añadido de las identidades (de las que
desarrollamos), porque como sociedades afortunadamente variopintas nos hemos
empeñado en ello, nos puede venir por el hecho de desconocer, a conciencia o
por falta de tiempo o afán, al otro, al prójimo, al que ostenta una presencia
distinta a la nuestra. Los tópicos y los estereotipos juegan malas pasadas en
este sentido, más de las que analizamos.
Percibir y comprender
Debemos dispensarnos tiempo para comprender lo que
nos ocurre. Hay tantas cosas que no salen bien, que no nos contentan, que
apenas percibimos a los héroes que aún pululan por ahí en busca de mejorías
perennes. Los hay. La intrahistoria precisa de reconocimientos para que no se
ahogue en aspectos nimios. Hemos de saber identificar esos pequeños milagros
que nos suceden, aunque no siempre les demos importancia, como es tener salud, trabajo,
capacidad de enamorarnos y de saborear sensaciones, esto es, posibilidad de
vivir. Como decía el recordado Paco
Rabal en Pajarico (1997), “qué bien se está cuando se está bien”, pero,
evidentemente, para valorarlo debemos vislumbrarlo previamente. Hemos de reconocer
esas situaciones, aunque sean repetidas, que, por otro lado, es lo aconsejable,
lo deseable.
Parte de la crisis actual es por no
haber sabido, en la desmesura, qué hacer y con quién, por no haber detenido la
agria voluntad de crecer hasta el infinito, por no haber confiado y pensado en
los demás, por no recordar que la medida de todas las cosas es el ser humano.
No hemos identificado (no hemos querido) las prioridades, y, en consecuencia,
no hemos sido capaces de defenderlas. Eso, en sí, es un gran problema. No nos
hemos ayudado colectivamente a nosotros mismos. La felicidad que es un bien
primario y prioritario se quedó para el día después, e incluso pensamos que
vendría desde lo material. Por eso, al caer lo tangible todo ha sido tristeza.
Asimismo, fuimos muy tolerantes con quienes se equivocaron a su exclusivo favor.
El consejo, sin ser amante de ellos, es que oteemos
lo que nos reporta alegría propia y compartida (no puede ser de otro modo), y
que defendamos esa actividad que nos puede mantener joviales como una prioridad
básica. Si es de esta guisa, tal vez consigamos plenitud para nuestro entorno inmediato, al que nos
debemos. No hay otro camino que buscarnos desde la emotividad y la docencia de
quienes son almas afines. Convivir y aguantar a las que no lo son es un síntoma
de debilidad y de fracaso. Por esa razón es tan importante saber, como ya se ha
anotado, quiénes somos, a dónde vamos, con quiénes, por qué, y qué cambios son
precisos ante los equívocos o desganas. En parte, todo se resume en esa mirada
que busca una identidad similar.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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