El sentido del riesgo es voluble: depende de lo que
hablemos, de quiénes y en qué contexto. Hay compañeros y compañeras de viaje
que morirán vírgenes en lo que concierne a su capacidad de poner en cuestión lo
que saben o lo que pueden confeccionar. Desarrollan tales rutinas todos los
días que salir de ellas les es imposible. No existe voluntad, y lo demuestran,
de contemplar al vecino realmente para ver en qué le pueden ayudar.
Cuesta dar, darnos incluso. Es algo que sabemos,
pero, como todo buen hábito, cuando lo poseemos devuelve más que reclama.
Debería haber una asignatura -Bueno, la hay: la de la existencia misma- que
laborara en la dirección de la máxima entrega a cuantos nos rodean, conocidos o
no. Eso supondría que brindáramos por ellos, fundamentalmente por los más
jóvenes, con el fin de aportar transformaciones que nos ofrecieran las mejores
mieles.
En estos modelos de caída de un sistema, de mutación,
de esfuerzo colectivo complejo por la tan repetida y sufrida crisis, hemos de
dar impulso a quienes han de recoger el testigo y demostrar que pueden
contribuir decisivamente a la salida de esta situación en la que nos ubicamos.
El afán, el empleo de energías en estos momentos tan decisivos, es básico.
Hemos de movernos con altruismo, con altura de miras, y con el propósito de un
desarrollo societario global.
Necesitamos apoyar a quienes vienen con sus mejores
años e intenciones a construir ese porvenir del que todos nos aprovechamos. Los
beneficios mancomunados son los que más sostienen a la sociedad, los que más
perviven, los que tienen los anclajes precisos para tirar hacia el porvenir con
impulso y consistencia.
Cada vez que experimentamos una etapa con obstáculos
en nuestras vidas nos complace tener al lado a personas que son capaces de dar
lo que nunca, o pocas veces, hemos sembrado en ellas. Pedimos, pues, lo que no
siempre brindamos. Frente al egoísmo que no podemos o no queremos evitar está
el altruismo de quienes son referencias, paladines, defensores de los bienes
comunes.
Posturas
conjuntas
La generación actual precisa de nuestras ideas, de
nuestros criterios y razonamientos, de las manos más amigas posibles, de una
ingente contribución para que no se repitan errores y no se caiga en hastíos y
cansancios estériles. Hemos de poder en el conjunto y en lo individual desde
comportamientos y hábitos fructíferos.
Reflexionemos y advirtamos que la generosidad deriva
del amor. Sin éste nunca se dará aquella. La crisis demuestra que no hemos
sembrado donde deberíamos, al tiempo que también nos otorga ejemplos
maravillosos de armonía desde personas bondadosas y entregadas al prójimo y a
todos aquellos que han de ser relevos naturales en nuestras existencias.
El mundo demanda mucha generosidad para salir de
esta coyuntura de frenada, de arrastre y de opciones no trenzadas. El objetivo
ha de ser localizar usos excelentes, mantenerlos y seguir en su fomento.
Entiendo que no hay otro camino.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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