Utilizar símiles a menudo es útil ante el escenario que cada día pintamos en los medios de comunicación. Hoy hablamos de calor, que se vuelve excesivo en muchos momentos. Decimos que hay demasiado calor porque imprimimos un exceso de adrenalina para que los diferentes espacios supuestamente “funcionen”. Hemos generado, a nivel de costumbres o de usos en los consumos comunicativos, unas rutinas que se han convertido en un círculo vicioso que nos puede, que se apodera de ese grado de autonomía que deberíamos saber gestar y defender.
Y hablamos de calor por la existencia de una temperatura demasiado elevada en cuanto a soportes, formatos y contenidos para perseguir y conseguir unas audiencias más y más altas. Concentramos muchos esfuerzos, a menudo vacuos en cuanto a las formas y los fondos, para tener u ofrecer la apariencia de una verdad atractiva que se queda más con lo segundo que con lo primero, por desgracia.
La clave del éxito de los programas se halla en lo truculento, en lo amarillista, en lo sensacionalista, en el morbo, en la estridencia, en los extremos que apenan y/o afean la realidad para que ésta impacte mucho más. Las conciencias no siempre están a la altura de las circunstancias. Atendemos lo urgente, pero no siempre damos con lo más importante. El desarrollo de estas posturas mediáticas no es, en todo momento, una vía de salida que edifique a esa sociedad que consume algunos de esos tipos de comunicación que estamos señalando.
Todos somos responsables y deudores de estas actitudes y comportamientos. Nos implicamos lo justo para decir lo políticamente correcto, pero lo cierto es que las programaciones audiovisuales sobre todo conculcan las labores de servicio público y de respeto que habría que potenciar. Está en nuestras manos el tomar medidas, mas, como en el viejo romance, lo dejamos sucesivamente para mañana.
Hace falta fomentar una pro-actividad que nos permita no digerir tanta basura y ser más coercitivos a la hora de demandar otra escuela, otra docencia, por parte de los “media”. No podemos, ni debemos, permanecer impasibles ante las imágenes de violencia, con contenidos monocordes o justificadores de lo injustificable. Los valores universales de solidaridad, de empatía, de corresponsabilidad, de respeto, de entrega, de colaboración, de ayuda, de bondad, etc., han de ser los vehículos de una etapa marcada por y para tener en cuenta las consideraciones y las circunstancias de los demás.
Todo no vale, pues, entonces, nada vale. Por eso, por más cosas, hemos perdido fe, esperanza, credibilidad, perspectiva, visión de futuro... No hemos sabido tratar a tiempo esas “malas maneras” que nos conducen a fomentar los peores sentidos olvidando, con frecuencia, aquello que nos ha hecho estar unidos como sociedad. Conviene que reflexionemos sobre el uso que hacemos del conocimiento, de ese costoso conocimiento, en algunos medios de comunicación que nos cuentan, por ejemplo, las intimidades de supuestos famosos como, si en ello, nos fuera una mejora social sustancial. Nos estamos engañando.
Por eso, cuando aprietan las temperaturas, cuando nos aprestamos a una cierta dosis de descanso, apostamos por una renovación del quehacer de lo periodístico y de lo comunicativo. Hay que refrescar y reinventar las mejores intenciones para convertirlas en hechos, y, como tales, habrán de ser tratados como “sagrados”, que lo son. Nos jugamos mucho en ello, así que no dejemos para mañana lo que debemos hacer hoy. Confiemos en que el descanso veraniego nos sirva para reflexionar.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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