Nos hemos
convertido en números. Los hay por doquier. Están bien, y son necesarios, para
definir determinadas cuestiones racionales de una manera rápida, pero, tal y
como evoluciona el mundo con la globalización, todo parece indicar que nos
hemos convertido de manera excesiva en estadísticas, en cifras, con las que
ofrecer a los poderes políticos, económicos, comerciales, financieros,
sociales, etc., una determinada perspectiva.
Contamos con números
que indican direcciones, pertenencias a empresas, para cotizar, para
determinadas vinculaciones bancarias, para expresar ganancias o deudas, para caracterizar
nuestro coche, para saber lo que producimos, lo que andamos, lo que
conseguimos, lo que perdemos, lo que somos, los años que tenemos, lo que valen
nuestros atuendos, lo que consumimos diariamente, etc. Todo tiene vinculación a
un número, y éste refleja nuestro potencial, nuestro poderío, nuestra
autoridad, nuestra vigencia, si fuera el caso, nuestras motivaciones y/o
opciones…
Hay números
por todas partes, para poner a los días, a los meses, a los años, a los que nos
rodean, a los kilómetros de las carreteras por las que circulamos y en los
domicilios a los que vamos. La cultura del número y de la matemática, muy
práctica y útil para ganar tiempo y poder referenciar lo que realizamos, puede
esclavizarnos y, de hecho, lo hace cuando no somos capaces de pagar facturas,
cuando la crisis nos manda a la calle, cuando nos quedamos sin bienes
materiales. Ahí, en ese instante, notamos que somos más números que nunca, pues
no importa que el bien que perdemos sea esencial o no. No es lo mismo quedarnos
sin teléfono, que es prescindible (algunos abrirán interrogantes aquí), que
quedarnos sin casa, o sin desayuno, o sin poder pagar el alquiler o la ropa con
la que vestimos.
Los números
dicen qué tipos de ciudadanos somos, más allá incluso de nuestra cultura o
actitud. Dicen si poseemos algo o no, esto es, subrayan nuestro grado de
riqueza o de pobreza, y muchos confunden eso con ser o no ser. Lo que podría
ser una ayuda, esto es, tener cifras para aproximarnos a la realidad, se
confunde con la realidad misma, y así no hay manera de afrontar, incluso desde
el plano subjetivo, coyunturas complejas como las que vive la sociedad hoy en
día.
Vemos los
datos que dan las máquinas, las que venden, las que expenden, las que nos
prestan el dinero, las que nos dan lo que es nuestro, las que bareman nuestra
productividad, las que atesoran lo que fuimos o pudimos ser, las que cuentan lo
que albergamos en todos los ámbitos, a veces creyendo saber más que nosotros
mismos sobre nosotros mismos. Los números son así. No entienden el universo de
otro modo. Para eso fueron creados.
Por eso
precisamente debemos ser nosotros, hombres y mujeres de este mundo, los que cambiemos
esa vocación que hemos conformado por hábitos mal adquiridos. Los números, como
los hechos, tozudos ellos, precisan de su contextualización, de sus elementos
colaterales o principales. Hemos de contar las historias con todos los matices
que sirvieron de influencia. Ésa es la razón por la que en los juicios, además
de indagar sobre los eventos, se pregunta por su interpretación, para saber por
qué ocurrieron de una determinada guisa.
En estos
tiempos de una cierta oscuridad por causa de la crisis, de las crisis, por la
ausencia de referencias fiables, es seguro que hemos de defender y de apoyar el
lado más impresionante que tenemos, el que nos distingue, esto es, el humano,
que se adereza de algo esencial en nuestra condición, la fe, la esperanza, la
confianza en que las cosas pueden ocurrir y en que puedan suceder en positivo.
Para que esto sea así nos hemos de ver desde el corazón, sabiendo que somos,
porque lo somos, más que unos números, mucho más.
Juan TOMÁS FRUTOS.
1 comentario:
Alucinante, no puedo quedarme en silencio ante este magnifico artículo y, me siento obligada, te guste o no, a compartirlo desde el lado que me toca.
Besos.
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