Vinculemos lo más hermoso a la bondad del universo, que gira y gira y precisa cambios para embriagarnos de dicha. Las historias que nos rodean han de ser nuestras de verdad con la máxima empatía. No paremos.
Las noches están ahí para que las disfrutemos, como los días, pero a su manera, con su Luna, con las estrellas más bellas.
No quedemos eternamente perplejos. Hemos de ayudar a la vida en la propia vida, con hechos que equivalgan a la eternidad de lo jovial, que hemos de cultivar.
No reprimamos los mejores sentimientos, que están donde están para que aprendamos sin laboriosidad extrema.
Cantemos los milagros de la existencia, que son muchos, humildes y sencillos. Hemos de prodigarnos en los empeños, en los esfuerzos con los que comulgamos con las más honrosas ruedas de un molino que nos dará la harina del pan del futuro.
No compliquemos el día a día. Procuremos gotas de sanas dichas con las que saber que todo lo que merece la pena está ahí, a nuestro alcance, con algo de sacrificio, pero, fundamentalmente, desde el afán de saber ver. Miremos, pues.
Juan Tomás frutos.
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