Parece, este proceso o fenómeno del reciclaje, algo
nuevo, pero no lo es. Siempre se ha optimizado todo lo existente, y, de esta
guisa, los productos parecían durar una eternidad, hasta el punto que
heredábamos no sólo ropa, sino también muebles, y materiales propios de los más
diversos oficios. A todo lo conservable se le daba continuidad.
Nuestros padres y abuelos saben de lo que hablo. Ahora
parece que volvemos a eso, lo cual no es esencialmente malo, si lo que
conservamos, si lo que ahorramos, redunda en cuestiones cruciales para la
sociedad, como el medio ambiente, la educación y la propia salud. El reciclaje, como la economía del canje o el
intercambio, es básico para la prosperidad social. Cuando derrochamos o
malgastamos todos perdemos, aparte de la contaminación que también gestamos.
Abundando en esto, pensemos que, en verdad, el
reciclaje va más allá: no es únicamente sobre algo tangible. Necesitamos
permanentemente una cierta formación, un
conocimiento interrelacionado para que nuestras visualizaciones avancen
desde la entrega y la recepción de pareceres.
Bajo esta interpretación, todos estamos llamados a
reciclarnos, a mejorar, a conocer más y a transformar aquellas opiniones o
ideas que puedan resultar equívocas, esquivas o modificables ante las nuevas
circunstancias que nos traigan las más diversas etapas por las que atravesamos.
Debemos adaptarnos o morir, según reza el aserto,
pero, además, hemos de modificar las posturas desde planteamientos de
honestidad y de avance social. Hemos de realizar balances que nos permitan e
inviten a la prosperidad coaligada y solidaria, esto es, la que proviene de la paz
surgida desde la justicia.
Entendamos, por favor, esta precisa mutación desde
el esfuerzo y el empeño por seguir adelante, por el progreso, por
transformarnos para ser personas más honradas, generosas, altruistas y, en
esencia, buenas. Debemos contribuir con altura de miras a elevar nuestras
fuerzas, nuestras capacidades neuronales, así como la resistencia ante los
avatares, potenciando las opciones de futuro desde el punto de vista
intelectual.
Crecer
socialmente
El reciclaje, por otro lado, no es sólo cambiar.
También puede demandarse por la necesidad de volver a ser. La infancia y la
adolescencia son referencias que a menudo olvidamos en un desván sin cultivar
ni proteger. Hemos de darle una vuelta a lo que sentimos, a lo que somos,
experimentando amor y querencia real respecto de lo que realizamos y con el
ánimo profundo de potenciar el bienestar social.
Romper barreras no es fácil. Todos tendemos a
mantener lo establecido. Por eso advertimos nuestras verdaderas capacidades
cuando nos topamos con situaciones comprometidas y adversas. Crecemos ante lo imprevisto, frente los
obstáculos, que nos hacen demostrarnos cuanto somos y por qué. Nos vamos
haciendo maduros con los pequeños y grandes golpes, con los estadios que
suponen cambios radicales o livianos, con las premuras y las detenciones que
nos trasladan al nerviosismo, para que luego veamos que todo va teniendo
arreglo.
El tiempo nos regala perspectiva. Eso sí: hemos de
fomentar el lado del coraje. Debemos aumentar la capacidad de respuesta ante
las incertidumbres o dudas. Hemos de ser asertivos ante la vida y sus
condiciones y condicionantes, con sus protagonistas, perfilando pausas y puntos
de apoyo, frecuentando ideales que apuesten por el optimismo, y persiguiendo
ese reciclaje que equivale a frescura y buen hacer.
Debemos divisar a menudo el horizonte, y, desde una
enorme capacidad de sorpresa, plantearnos qué mejorar como personas, como
profesionales, en familia, en comunidad, en sociedad, y, fundamentalmente, nos
hemos de resaltar y, aún más, confirmar que es posible ser feliz. Si puntualmente
no lo somos, nos hemos de reciclar una y otra vez, sí, sin dañar nada ni a
nadie, únicamente construyendo.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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