La crisis, la
etapa en la que nos encontramos, los comportamientos humanos, los fracasos, las
frustraciones, o todo junto, nos han conducido a puntos de inflexión en los que
parece que nada es lo que era. La increencia es el concepto imperante. En décadas
pretéritas detectamos movimientos de gentes que se involucraban en un sistema o
modelo dispar con el experimentado hasta ese instante quizá en el afán de
cambio, o de llamar la atención, o de revolucionar los planteamientos en pos de
un progreso societario. Las dinámicas de grupo vienen de una apuesta arriesgada
por mejorar lo existente, que, en ciclos, entra en decadencia. Es normal que se
persiga una mutación. Sin embargo, actualmente todo anda, más que nada, en una
espiral de descrédito que deberíamos remediar.
Sería, por lo
tanto, conveniente recuperar las buenas costumbres de interpretar lo que se
dice y cómo se dice teniendo en cuenta las circunstancias y los condicionantes
en los que no movemos, esto es, leyendo entre las líneas de los que cuentan la
realidad. Es un esfuerzo, el que aquí defendemos, que no es baladí, pues todo
se ha vuelto tan mimético y repetitivo que nos confundimos por ese valor inocuo
que parecen despertar las palabras en una era de altibajos y de apreciaciones
complejas y llenas de confusión.
Tanto es así
que la ciudadanía, al ser preguntada al respecto, señala que cada vez se cree
menos en las instituciones, en sus instrumentos de difusión y en las actuaciones
que se hacen o que se subrayan que se llevan a cabo. Esto es preocupante, pues
toda comunidad de vecinos precisa de elementos de referencia, y en la
actualidad todo entraña, u ostenta, un relativismo a ultranza que comienza a
dañar incluso las capacidades o los cimientos de la recuperación de la propia fe
en nosotros mismos, que es lo principal para salir del atolladero en el que nos
hallamos.
Recuperar conceptos y valores fundamentales
Un término que
hemos utilizado en exceso, seguramente impelidos por la necesidad, es el de
rescate. Lo económico, que todo lo inunda y lo puede, ha debido ser sometido a
operaciones de recuperación que han generado todo tipo de eventos y de
iniciativas, con resultados que van desde los negativos a los positivos, pasando
por tránsitos, asimismo muy prolongados, de ingente incertidumbre. Las cartas,
sobre la mesa o no, nos están llevando a metas o desembocaduras donde siempre
el fin ha de ser la ciudadanía, y no sólo la mejora de las finanzas y de los
grandes números. Pues bien: ese término rescate nos valdría estupendamente para
aludir a la conveniencia de recuperar valores fundamentales perdidos, intereses
mancomunados, así como experiencias de resolución de conflictos personales,
profesionales y societarios.
Quizá ese
valor dramático de la palabra rescate, ese concepto del cual nos hemos de valer
y que denota precipitación y actuaciones contundentes, rápidas y con un coste
alto, nos aparta un poco de la apreciación que deseamos aportar en este caso.
La situación es de un nivel tal de ruptura y de competencia atroz y voraz que
necesitamos tomar el timón de lo que sucede, en esta contemporaneidad alocada,
con una contundencia que no admite dudas.
No puede haber
retrocesos en todo lo que suponga cura del intelecto o del cuerpo, es decir, de
lo físico y de lo espiritual. Hemos ganado mucho en las últimas décadas, con el
sacrificio de un innumerable grupo de personas, como para perderlo ahora sin
afrontar con gallardía los trasiegos en los que nos vemos involucrados.
Hay que
rescatar (ése es el vocablo) muchas cuestiones básicas: es una misión obligada
que sostengamos los valores asistenciales y sociales, la educación, la sanidad,
la convivencia, así como la tolerancia, la paciencia y la cesión para lograr
pactos globales y largos en el tiempo. Rescatemos, por favor, la confianza y la
energía para salir adelante.
Debemos volver
a tener claro que la Ley se ha hecho para servir al ser humano, y no éste para
esclavizarse por coyunturas o estructuras injustas. La auténtica vocación, la
llamada de genuino porvenir, nos ha de venir del corazón con una simiente
racional y no extrema. Esto es lo lógico, como es evidente que lo primero que
tenemos que rescatar es la dignidad en nosotros mismos, la de todos, sin
exclusiones. Echemos una mirada. Si no logramos ese decoro, lo demás tampoco
será posible.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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