Quiso Dios
que nos uniera el Sol y la Luna,
y el calor de la Primavera,
y el color azul,
y la visión de una sociedad ilusionada,
pese a todo, desde el sentimiento más profundo.
Nos ubicamos, él y yo, en tiempos dispares,
pero con el mismo afán e idéntica visión
en torno a la poesía, amorosa, social, creadora,
imaginativa, liberadora, sanadora al tiempo.
Lo amó Dios tanto
que nos lo regaló con sus formas y contenidos,
con sus ópticas particulares,
con las partituras de una poética
que experimentamos, porque lo es, universal.
Fue un regalo, lo es,
sigue siéndolo, para el corazón,
para la mente, que aprendió mucho y bueno
desde los valores más universales
de su Generación eterna.
Se nos marchó, pero vino otra vez, volvió,
y para siempre quedó con nosotros,
en lo jovial, en lo indeleble,
en lo inefable, en lo frecuente,
en lo veraz, en lo genuino,
como él, nuestro excepcional Antonio.
Miren alrededor y lean su poesía:
lo verán. Seguro.
Juan Tomás Frutos.
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