Nos bañamos
en amor,
y surgen los deseos
de una paz
que nos repara.
Hacemos un alto
en el camino del deseo elegido,
que ejecutamos
con valentía, con palabras
que llenamos de pasión.
La vida es hermosa,
aunque no siempre nos regale
su mejor cara:
no olvidemos
que la existencia es extraordinaria
incluso en las peores circunstancias,
que nos han de fortalecer.
Tampoco dejemos atrás
la obligación de ayudar a los demás,
de ser felices en el conjunto
sin renunciar a lo individual.
Seamos inteligentes,
y, hasta en la objetividad,
avancemos por lo subjetivo,
y tomemos esas aguas salvadoras
de la querencia
que nos quiere y nos contiene.
La paz y el contento
son los frutos de la incondicional entrega.
Son, por cierto, una cosecha ilimitada.
Juan T.
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