domingo, 27 de septiembre de 2009

El tratamiento informativo de las cuestiones de salud

Patologías mentales:
En defensa de la bondad frente a argumentos
“victimo-lógicos”

En todo proceso comunicativo hemos de pretender que, por el camino, no se pierda la esencia de lo que queremos narrar. No es sencillo. Decía Marshall McLuhan que el medio es el mensaje, que sus recursos, que todo lo que interviene en sus procesos condiciona a los mismos fenómenos que les acompañan. Hace cuarenta años que lo subrayó, y creo que nunca antes ha tenido más vigencia que ahora. Las propias condiciones y los condicionantes de unos medios que aspiran a presentarse como enteros hacen que lo que sale de las empresas periodísticas no siempre se fije en los intereses colectivos globales, sino en los de una parte de la propia sociedad, con fines más o menos níveos.

Aunque nos duela el reconocerlo, los medios constituyen ese “callejón del gato” del que hablaba Valle Inclán: reflejan lo que es la sociedad, lo que acepta por acción u omisión. La culpabilidad, o, más bien, las responsabilidades surgen por hacer o por dejar hacer. La falta de pro-actividad para mejorar ciertas actitudes o comportamientos nos llevan al punto en el que estamos. Lo que vemos en medios masivos como la televisión es lo que consentimos de un modo u otro. No olvidemos que lo que nos dicen las encuestas cualitativas no siempre se traducen en aspectos cuantitativos. Indicamos consumir unos programas, pero, realmente, digerimos otros, a menudo bien distintos. Hay una cierta multi-frenia en la sociedad que se traduce en actitudes que no consuelan o mejoran la realidad de los que viven peor o pasan por situaciones complejas.

La búsqueda atroz de audiencias, que pretendemos que sean cuanto más grandes mejor supone a veces distorsiones y apreciaciones que no colocan en el lugar adecuado a los medios periodísticos. Cuando los asuntos que abordamos son de extremadamente sensibilidad es preciso que seamos más prudentes y cautelosos. Hagamos un poco de memoria y de síntesis. Los objetivos informativos y formativos de los medios de comunicación están en la base de su surgimiento, conformando un deber de servicio público que no siempre, por la labor que desempeñan, se vislumbra al ciento por ciento.

Además, tengamos en cuenta que las propias características de los mensajes (rápidos, transitorios y fugaces), basados en la atracción y con la superposición de los niveles afectivos a los racionales, con el mismo afán recaudador de audiencia, nos distancian constantemente de esa labor de búsqueda del interés público, que no es exactamente igual a lo que conocemos, supuestamente, como el interés del público. El artículo, en este caso, nos condiciona.

Asimismo, la propia estructura empresarial hace que se impongan, en múltiples ocasiones, los deseos de los responsables a los del público en general, o particularmente de los periodistas, de los creativos, de los técnicos o de los que garantizan los soportes y contenidos. El medio, repetimos, es el mensaje, es el mensaje mismo. Y lo es también cuando hablamos de patologías.

Por ende, cuando pensamos en algunos tipos de enfermedades y en su tratamiento mediático, como es el caso de las patologías de origen o de carácter mental, nos damos cuenta de que o bien nos quedamos en aspectos muy superficiales, o bien nos vamos a los tópicos, o incluso las plasmamos cargadas de tabúes, de truculencias, de estridencias, de falsas ambigüedades o de eufemismos que apenas nos conducen a los puntos de referencia y/o de inflexión que nos gustaría y que seguramente complacerían a la sociedad, cada vez más demandante de información plena y segura en todas las esferas, más aún en las científicas y/o médicas.

Como quiera que los medios de comunicación y sus profesionales han de reconciliarse con los intereses de la ciudadanía en muchas materias, fundamentalmente en aquellas más relevantes y esenciales, nos planteamos cuáles son las condiciones y los condicionantes del discurso informativo dirigido a los temas de salud, y, más concretamente, a este tipo de enfermedades que durante años han pasado desapercibidas en los medios y en una sociedad que tampoco quería ver la realidad misma, quizá por “disgustante” o desconocida, pese a su cercanía.

Se habla de que el 40 por ciento de la población, antes o después, en algún momento de su vida, padece enfermedades de tipo mental. El interés es claro, máximo si vemos que entre un cinco y un diez por ciento de las informaciones televisivas (la televisión es el medio más influyente hasta el momento) tienen que ver con la salud, con los hábitos saludables, con la prevención de enfermedades o con investigaciones o descubrimientos en este campo.

El deseo, el afán, y los objetivos que nos debemos marcar en el tratamiento de este tipo de noticias, o de sus más extensos reportajes, es que la información se base en la calidad, en la profesional y en la humana, al tiempo que hemos de pensar que hablamos de personas, de sus realidades, de sus familias, de dolor… Eso exige un tratamiento especial, bondadoso, solidario, sustentado en la empatía, en la puesta en escena de valores intangibles de amor y de concordia, de ayuda en lo especial y en lo genérico, de entendimientos a toda costa y sin fisuras. Creo que lo primero que tiene que ser un periodista es una buena persona. Entiendo que ha de actuar con la mejor de las actitudes y de las intenciones, consultando muchas fuentes, pensando con claridad y con pausa lo que quiere contar y por qué, y cómo…

Detrás hay mucha vida en juego, y también mucha felicidad. Hemos de contribuir a que la calidad en la existencia que buscan los médicos halle en los profesionales de la información a sus mejores cómplices, porque podemos hacerlo, porque lo hacemos, porque debemos. Hay ejemplos en positivo de lo que estamos destacando. Muchas veces se hacen bien las cosas, y son esos modelos los que nos han de servir de referencia. Por lo tanto, precisamos humanidad, bondad, mucho cariño y prudencia y cautela con las estridencias en las que podamos caer. El morbo y la rapidez no ayudan, precisamente, a lo que estamos intentando defender.

Es inevitable, pues, que nos acerquemos a estos asuntos con amplitud de miras y en el deseo de mejorar el tratamiento que se hace de esta tipología informativa. Haremos un favor a la profesión y a la sociedad, y, de paso, abundaremos en cuestiones más subjetivamente espirituales ante el mundo crematístico que nos rodea. La mano queda tendida. Queda encontrarnos para estrechar las de los otros, sobre todo las de los más silenciosos. No convirtamos en víctimas más grandes a los que precisan fe y esperanza de todos los miembros de la sociedad. De todos, insistimos, depende.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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