Escuché
el atronador silencio
que nos impidió
tocar la gloria
de un destino
no escrito.
Sí, atendí
su llamada,
o su aviso rompedor
de mis deseos,
que nos nutrieron
a destiempo,
medio desgajados
de las emociones
que experimentamos
aunque fuera en sueños.
El litigio
siguió ahí,
con fórmulas incandescentes
que adecuaron tiempos
ya perdidos y olvidados
en el origen
de los mismos hábitos
que distanciaron
corazones por conocerse.
Pude decir,
pero no dije,
pude hacer,
pero callé paralizado
por las sombras
de un miedo
que sobrecogió
mi alma robada
a sones de músicas
desconocidas en ese sí
que demoró
las razones
de un encuentro sensacional.
Escuché,
pero hice que no
sabía el porqué
de un juego repetido
en el que siempre,
siempre, amiga mía,
perdí más que gané.
Escuché...
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