Las capacidades comunicativas son enormes. Se puede creer que son hasta infinitas. Miremos algunos modelos de relaciones y de convivencia donde la comunicación es crucial. Cuando un niño habla con su madre, cuando balbucea, cuando le sonríe, cuando mueve sus manos o gesticula, hace la comunicación más auténtica del universo. Es un ejemplo a seguir.
Cuando un hijo acompaña a su padre en tramos muy especiales para ambos, cuando recapitulan lo que han sido, lo que ambos han aprendido, lo que ha supuesto esa relación en sus vidas…, cuando esto sucede hay todo un modelo de comunicación humana, que, obviamente, hemos de seguir.
Cuando ayudamos a los más necesitados, a los que se hallan solos, a los que vienen con la desesperanza en sus caras, mostramos la faz más amable del ser humano, así como de lo que es capaz en cuanto a bondad comunicativa. Veamos aquí también un ejemplo, un buen ejemplo.
Cuando limpiamos espacios comunes, cuando damos lo que nos sobra, que es mucho, cuando aprendemos a compartir, cuando nos vemos como un milagro de la creación y no como el centro del universo, sino como parte de él, cuando observamos el contexto comunicativo de lo que somos, de lo que son los demás, de la felicidad que en común podemos lograr, cuando lo hacemos, damos un modelo palpable de convivencia que nos ha de ayudar a continuar con acierto en este caminar de pretensiones indelebles.
Cuando comunicamos mirando a los ojos, mostrando las manos, buscando lo pacífico y lo equilibrado y sin atesorar más de lo que precisamos, nos colocamos en un espacio donde la dicha está en los otros y, claro está, en sentirnos partícipes de ella. Es una especie de milagro sencillo que se consigue con facilidad si tenemos hartura en el hambre de conocer. Los demás han de ser la referencia, y el modelo, así como la legitimidad de la experiencia humana. No somos sin los otros. No es bueno que estemos solos.
Cuando vemos a gentes humildes de corazón, con el ánimo de destacar únicamente en su interior, con el valor para aprender todos los días, con el espíritu joven y no condicionado por lo material, observamos genuinos modelos de convivencia, en los cuales nos tenemos que ver reflejados de algún modo.
Hay multitud de actos y de actividades que han de constituirse en ejemplos queridos y cariñosos y en exponentes de aventuras maravillosas en las relaciones humanas. Miremos para aprender de todo ello. Seguro que seremos más felices, y, por ende, más complacientes. La paz interna y en lo externo tiene mucho que ver con esta actitud, que, lógicamente, debemos potenciar. Hablamos de usos y de costumbres en los hábitos comunicativos, que han de ser el eje de la convivencia.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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