La existencia humana está plena de ocasiones para mejorar, para aumentar nuestras opciones y los deseos de ser felices. Lo cierto es que somos lo que realizamos. Ante todo, nos podemos presentar como seres comunicativos, pues esta actividad constituye la esencia de lo humano. Surgimos como personas de espacios comunicativos, de sendas que nos han de procurar un ritmo diferente, más constructivo, nutriente. Pensamos en la comunicación como llave para el éxito, cuando menos personal. Lo es. Hemos acaparado sensaciones que nos envuelven con los ingredientes de unos momentos queridos. Aprendemos de todo. Con procesos comunicativos se superan, igualmente, las diferencias, si las hay. Conocemos los ruidos que se van produciendo, y nos ajustamos a las posibilidades que nos brinda la vida, que son muchas.
El ser humano, que ha de ser, a decir de los griegos, la medida de todas las cosas, se construye con las imágenes y con las situaciones que conforma la comunicación día a día. Conocemos lo que es, y todo cuanto tiene sentido con la interacción y la socialización que compone la partitura diaria de lo que hacemos y de lo que narramos.
La vida es comunicación, y ésa bien puede ser una definición de lo que constituye el caminar cotidiano. Si hay silencio, a menudo necesario, no nos contamos lo que hemos hecho, ni destacamos aquello de lo que podemos aprender por aciertos o errores cometidos. Analizar lo que acontece es una máxima docente que nos ha de permitir liderar nuestras vidas por los caminos de la intelectualidad.
Florecemos con las ventajas que propician el conocer lo que ocurre, con la enumeración de lo que nos gusta y lo que no, con la participación, con el riesgo de aventurarnos en otros menesteres que nos porten a situaciones diferentes, mejores, creíbles. La información ha de fluir, sí, en todos los sentidos, de ida y de vuelta, con normas sabidas, queridas, sinceras, propias de los tiempos que corren. Así nos hemos de entender.
Las causas y las consecuencias, las prudencias, las valentías, los momentos íntimos, las inclinaciones, los diversos calados y vertientes, los análisis… todo ha de tener cabida dentro de los procesos comunicativos, que se han de abonar con normas de educación, de cortesía, de convivencia, de tolerancia, de bondad, de cooperación, de solidaridad, de buen gusto, de querencia, de puras empatías…
Somos comunicación, somos palabras, que constituyen orígenes de universos y de seres en la Naturaleza. Sin darnos a los demás, no somos, y parar brindarnos a los otros hemos de ser genuinos y entregados desde las mayores y mejores ansias de comunicación. Refrescar los conceptos, así como sus valores intrínsecos, sus ventajas, sin olvidar la necesidad que tenemos de ellos, y no sólo en la esfera de la comunicación, es casi una obligación para que no perdamos ni el interés ni la perspectiva. Hemos sido gracias a que hemos aprendido desde muy pequeños usando las dotes para comunicarnos y las ventajas que se nos suponen.
Hablar, escuchar, atender, mejorar, entusiasmarnos con el aprendizaje, gozar con lo que nos cuentan y con las propias narraciones, vivir en los otros, con los otros, dando espacios y tiempos a los convecinos, y a nosotros mismos, intermediar, protagonizar lo que es el recorrido del aprendizaje, etc., son baluartes de nuestras existencias que, en principio, nos muestran una cara tan amable que nos devuelven a un estadio de iniciación en la comunicación del que hemos de partir con el corazón abierto, como nos recordaba el poeta Rosales. Somos seres comunicativos, posibilidades comunicativas, objetivos comunicativos, frutos de la comunicación…, con todo lo que ello implica. Debemos andar esas sendas que nos procuran encontrarnos a nosotros mismos.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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