Miremos el realce de la comunicación, lo que supone. Lo hemos dicho reiteradamente, pero conviene que insistamos. Los valores de convivencia son esenciales, más básicos de lo que pensamos, más de lo que decimos. Obtenemos fuerza desde el elogio de lo intangible. Nos impulsamos y nos propulsamos cada día por los sentimientos de conocer, de aprender y de considerar. Para ello precisamos de la comunicación, de ese flujo que nos permite e invita a ir de la mano del intelecto. No hay peso en esta singladura. Probemos. De lo que se trata es de diseñar una nueva maestría neuronal. El sentido de la voluntad nos ha de ayudar y conducir en todo este proceso, que es básico para seguir, para crecer, para aumentar el caudal que nos suministran los conductos de los mensajes, de sus contextos, de sus intenciones, de sus condiciones y condicionantes, de sus pretensiones más o menos manifiestas…
Incrementamos lo que conocemos desde la experiencia y comunicándonos interior y exteriormente. Podemos y sabemos que podemos conforme vamos aplicando las fórmulas o remedios más o menos consecuentes o fructíferos. El tiempo no se detiene. Hemos de afrontarlo con reglas no escritas por la Naturaleza, pero que funcionan cuando laboramos en pos de un aumento intelectual, espiritual y hasta físico. Las lecciones nos han de servir para vivir en una doble dirección.
Los afectos se transmiten con la comunicación, también sus contrarios, y las ideas, y los hechos, y todo lo que tiene un bagaje de valores que nos entroncan con la tradición, igualmente con lo más moderno… Gracias a este proceso, el ser humano se distingue del resto de seres de la Naturaleza, que admite unos derroteros en función de lo abstracto, que lo prendemos con normas de convivencia aprehendidas desde la comunicación viva y dinámica. Antes o después (confiemos en que sea más pronto que tarde) nos abocamos a comprensiones de niveles grandes.
La comunicación es todo. Nos da ilusiones, alegría, vida misma, derroteros, posibilidades, mejoras… Hay un baluarte polivalente, pero hemos de pensar en positivo para que los resultados también lo sean. Nos hemos de proteger y de liberar de los efectos y aspectos de un fenómeno que nos puede asegurar una realidad mucho más alegre. Nos debemos hacer más humanos, más abiertos, más encima de las cosas que nos interesan. No aceptemos reducciones extrañas o incomprensibles en su terminología.
Mantengamos el tipo. Contemos lo que nos sucede, lo que meditamos, lo que nos ofrece garantías, así como todo aquello que nos hará experimentar una existencia más potente y gratificante. La fuerza nos llegará desde convicciones y compromisos que nos consolidarán en sociedades del conocimiento y del respeto desde unos valores que contribuirán al viento de la convivencia. Intentemos que sople fuerte. Cultivarlos es una obligación doble, en lo personal y en lo colectivo. Sus mieles son ingentes. Saborearlas es un placer en lo inmediato, en el corto y medio plazo, pero también son la base para un futuro compartido y complacido.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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