miércoles, 25 de julio de 2012

Dioses

Miramos las pantallas de la televisión, y hasta leemos las páginas de los periódicos, de las diferentes publicaciones expertas en economía, y todo parece andar con una aureola de misterio y de superación inescrutable. Sabemos algo de lo que pasa por los resultados, pero se nos escapa el itinerario (o los diferentes caminos) que nos conduce a esta especie de locura colectiva.
La vida se ha vuelto muy compleja, supongo, entre otros motivos, porque a veces tiene la envoltura de la objetividad lo que no siempre lo es. Además, entiendo que equivocamos conceptos, por manidos, por mal interpretados, por las prisas en hacer análisis, por desconocimiento o negligencia…

Toda religión se construye sobre dogmas, esto es, en torno a creencias, o afirmaciones, que no podemos demostrar, tras las cuales aparece toda una interpretación más o menos coherente, densa y/o realista.

La fe nos ha hecho artífices de numerosas religiones, o puede que de la misma con diferentes nombres y contextos. Lo bueno de la creencia religiosa es que hay un punto de partida (grande él) que ya marcamos como subjetivo, interiorizado, y sobre el que la discusión se ciñe a si se cree o no, con los matices que desee ubicar, más tarde, el pensamiento dominante a lo largo de la Historia.

No obstante, hoy en día nos encontramos con otro tipo de creencias, supuestamente demostrables, probablemente tan subjetivas como las religiones existentes con anterioridad, y que nos llenan de contradicciones y de esperanzas más o menos vacías, en función de papel que le toque a cada cual.

Así, por poner por caso, la crisis, la crisis económica, también crisis de valores, nos hace pensar en modelos infalibles de funcionamiento, de sintaxis financiera, de aprovisionamiento y socorro, de operatividad, de salvación, etc., que, cuando fallan, se achacan a cuestiones más o menos pasionales, más o menos oscuras, y, en todo caso, supeditadas a un intangible difícil de interpretar. De llegar a una explicación, sobre ésta surgen otras variedades, más o menos próximas, que hacen de la economía, una ciencia más o menos sustentada por los números, la matemática y lo palpable, un concepto ignoto y lleno de interrogantes que sólo unos pocos (a veces, ni eso) pueden responder.

Todos los días nos desayunamos con los mercados financieros, con las bolsas, con los expertos de los gobiernos, de las universidades y de las distintas entidades, dispuestos a conservar sus asientos (también contables) y a dar a conocer lo que ocurre en un universo económico enloquecido, sin frenos, y sin saber dónde se hallan sus hasta ahora ilusionantes derroteros. No los entendemos: un día la bolsa sube, y, al día siguiente, por los mismos motivos, y con una situación similar, baja. Bueno, puede que la coyuntura no se asemeje, aunque lo parezca. Con nuevas apreciaciones, cada día es una vuelta a empezar para volver a iniciar el proceso “opinativo” en la jornada siguiente.

Los dioses han encontrado de nuevo su hueco en un mundo superficial que coloca las ganancias económicas por encima de las intelectuales, de las culturales, de las que nos hacen rendir en el arte, en la convivencia, en la educación y en la admiración de la sociedad. Son dioses que conocemos, a los que escuchamos con sus estruendos cada jornada en bancos, entidades financieras, con prestamistas y afanosos encantados por sus crecimientos exponenciales. Son dioses cercanos, o eso parece. Los escuchamos, y los atendemos, y cada día nos huyen para seguir subiendo la prima de riesgo, los intereses, las cifras de devaluaciones y las pérdidas de competitividad, de eficiencia y de empleo.

Los Dioses del Olimpo han cambiado de hábitos. Ahora ya no persiguen la ética, la deontología y el bienestar moral a medio o largo plazo de la raza humana. Ahora quieren comprar, vender, volver a comprar, quedarse con pisos baratos o subastar lo que otros han perdido con el sudor de varias generaciones.

Ya no son los mismos, ya no somos los mismos. Nos hemos tropezado por un camino que debería darnos la libertad, pero, por haber elegido mal, o por no haber elegido, nos hemos quedado fuera de ese paraíso discreto al que parecíamos tener derecho en la Tierra.

Imagino que toca volver a pensar en lo que ocurrirá en otra u otras vidas en busca de otros dioses a los que no podemos fallar. Es momento para conseguir un sano equilibrio entre los dioses de antaño y los de ahora, colocando al ser humano en ese término medio en el que nos podemos reconocer si profesamos menos codicia y más amor.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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