viernes, 13 de julio de 2012

Hábitos


Hábitos

Mantener los buenos hábitos, las costumbres que considerarían sanas nuestros ancestros, es cosa fácil cuando las situaciones son amables. Cuando la coyuntura es de hostilidad (de crisis, como se le dice ahora), otro es el gallo que canta. Las crisis sacan lo mejor y lo peor de cada cual. Por eso es preciso que generemos hábitos, conductas, que nos lleven a comportamientos de coherencia, de equilibrio, de raciocinio y también de sensibilidad ante etapas complejas e itinerarios llenos de meandros.

Los expertos en comunicación corporativa, en reputación, en comunicación interna, en flujos de comunicación de todo tipo, siempre nos hablan de un manual de crisis, escrito o no (en todo caso, bosquejado y ensayado), que nos permita e invite a seguir un determinado camino en caso de que las estructuras que conocemos se tambaleen y se produzcan complicaciones. Para lo bueno todo el mundo está, teóricamente, preparado, aunque haya excepciones. Para lo malo lo excepcional es que tengamos una formación o un modelo de conducta determinado o determinante.

Los valores, cuando nos asaltan las dudas y todo se mueve, son fundamentales. Hemos de saber en qué o en quiénes creemos. La individualidad, el egoísmo y la dura competencia no siempre casan con los momentos de sumo embarazo en cuanto a la economía o en lo referente a la necesidad de los demás. La solidaridad es un concepto que tiene que ver con la empatía, con el conocimiento del otro, con el respeto, con el amor, con la amistad, con la escucha de lo que los demás quieren o precisan, y para ello hace falta diálogo, conocimiento, tiempo, hábito… Las palabras se corroboran si hay hechos. Lo que decimos puede ser un buen anticipo de lo que vamos a realizar, pero, si no cumplimos con nuestro deber, con lo que se espera de nosotros, difícilmente  tendremos credibilidad.

Es cierto que estamos en una era donde todo se transforma a una celeridad tal que es complicado conocer lo que sucede, pero lo que sí podemos plantear y predecir es lo que vamos a hacer, si lo tenemos claro. Por eso hemos de practicar, si es posible en los momentos más plácidos y de menos exigencia, esos argumentos que hemos de experimentar cuando las circunstancias son más pétreas, duras y pesadas.

Decimos que somos lo que hacemos, y por esa razón precisamente hemos de realizar cotidianamente acciones que nos fortalezcan para esas etapas que ponen a prueba nuestra resistencia. Por decirlo de alguna manera es bueno entrenar; y, además, no olvidemos que cuando hacemos actos de ayuda personal o ajena, individual o colectiva, si es posible de todo tipo, nos sentimos más a gusto con nosotros mismos. De ahí que se aconsejen ejercicios diarios de escudriñar qué podemos hacer por el vecino o por el colectivo.

Sí, es evidente que todos dudamos ante una situación de crisis fuerte e inesperada; y, aunque la veamos venir, nos genera dudas en cualquier caso. Recordemos cómo vacilaba el niño de aquel aguerrido padre de “La Carretera” (The Road), cuando el infante le preguntaba a su progenitor si ellos serían, si llegarían a ser, como los demás, en el caso de pasar hambre. El padre, firme, y con el ademán de tener claro lo que deseaba para su hijo, le dice: “Ya estamos pasando hambre, y no hacemos lo que ellos”. Aunque actuaban bien, dudaban porque el ecosistema era para vacilar y mucho.

Ahora todo gira y gira, y sigue dando vueltas. El mareo es fuerte, pero nuestras convicciones han de serlo mucho más. Por ende, cuando veamos que lo que aparece nos genera zozobras o dificultades enormes, intentemos cambiar lo que anhelamos poco a poco, y, cuando lo nuestro vaya mejor de lo esperado, fijémonos en los demás, para que, aunque sea en nuestra modesta capacidad, se produzcan cambios también en nuestros vecinos. Es posible que las opciones para ayudar sean limitadas, pero seguro que podemos desarrollar mucho si nos esforzamos en las dosis o proporciones a las que lleguemos. Para ello, hay que generar hábitos y costumbres salubres, aunque éstas sean lentas, dificultosas o con obstáculos. Podemos más de lo que pensamos.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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